Hace cinco meses, millones de colombianos salieron a las calles a marchar contra el gobierno de Iván Duque con cacerolas en las manos.
Sartenes y ollas deformados por los golpes de protesta se volvieron el símbolo de demandas políticas, culturales y económicas de uno de los movimientos civiles más significativos de la historia reciente del país.
Grisales vive en un departamento de dos cuartos en Altos de Cazucá, comuna de Soacha, un municipio de 1.200.000 habitantes en el suburbio capitalino.
En la fachada de su casa, que comparte con una familia de cuatro, Grisales puso un trapo rojo “para informar que tenemos hambre, que la necesidad es mucha para todos nosotros”.
Un trapo rojo como grito de auxilio que se repite en la fachada de muchos de sus vecinos en este inmenso cerro forrado en viviendas informales.
Y que empieza a esparcirse por el país como un nuevo símbolo de protesta contra la pobreza que vive el séptimo país más desigual del mundo, según el Banco Mundial.
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