Entrevistado por Epigmenio Ibarra, el Presidente de la República insistió en que el general Felipe Ángeles fue fusilado. “Lo asesinaron” dijo frente al lugar donde estuvo preso Benito Juárez, hablando de semejanzas en nuestra historia, de los días de la Reforma a la Revolución. Ya en una conferencia Mañanera había relatado que encontró en un archivo histórico, confidencial, el telegrama con el que Venustiano Carranza había ordenado su “asesinato”.
En el aniversario de su nacimiento, 13 de junio de 1869, es oportuno recuperar algunos testimonios sobre estos hechos. Uno de los más importantes es el del general Gabriel Gavira, carrancista que después firmó el Pacto de Agua Prieta y se convirtió en obregonista, que fue quien presidió su juicio.
Cinco meses después del fusilamiento, el 26 de noviembre de 1919, se encontró el general Gavira con el general Álvaro Obregón en Sonora, y éste le preguntó si había presidido el Consejo de Guerra que asesinó al general Ángeles. Gavira le respondió, según testigos: “No, señor, presidí el Consejo de Guerra, pero al general Ángeles lo asesinó Venustiano Carranza”. Estaban presentes los generales Enrique León Ruíz, Jesús M. Aguirre y Miguel Piña.
Semanas después de este encuentro, Venustiano Carranza sería asesinado en Tlaxcalaltongo.
El Consejo de Guerra contra el general Ángeles es ejemplo de ignominia porque había sido dado de baja como general por el mismo Venustiano Carranza, por lo que resultaba imposible juzgarlo militarmente.
De ese tamaño era el miedo que le tenían al general Ángeles, un personaje desconocido hasta en medios militares antes de que López Obrador lo rescatase del olvido.
El 23 de febrero de este año, en el homenaje a Francisco Madero, y la recuperación del espacio de la Intendencia en Palacio Nacional, donde estuvieron presos, el presidente López Obrador expresó que Pino Suárez, Madero y Ángeles son “tres glorias de México, tres gigantes de nuestra historia”.
Hace dos meses terminé el manuscrito de un libro sobre el general Felipe Ángeles que imprimirá, espero en poco tiempo, la Secretaría de la Defensa Nacional. A continuación, una parte del prólogo:
Cuando el Consejo de Guerra ordenó su fusilamiento, el general Felipe de Jesús Ángeles Ramírez había cumplido 51 años, ganado las batallas más importantes de la Revolución Mexicana, publicado infinidad de textos, estudiado en las más prestigiadas academias militares de Francia, ido y regresado del exilio en Europa y en Norteamérica. Había sido director del Colegio Militar, confrontado al poder usurpador que lo encarceló. Además de ostentar el grado de general en cuatro ejércitos mexicanos.
“Mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida, porque la sangre de los mártires fecunda el suelo donde brotan los ideales” declaró horas antes de enfrentar las balas, de madrugada, el miércoles 26 de noviembre de 1919. Sus últimos pasos los dio sin haberse bañado antes, tan pulcro, siempre arrastrando consigo una tina para sumergirse en agua helada al salir el sol, para después rasurarse, recortar las puntas del bigote hasta la perfección. Ritual que explicaba a sus subalternos como aspiración de que la muerte no lo encontrase desaseado.
En el día de su fusilamiento, el general Ángeles, hijo de militar, nieto de militar, siempre a punto de convertirse en titular de la Secretaría de Guerra, tenía 34 años de portar uniforme. Cuatro hijos. Deudas. Una historia de novela. Una vida donde la lealtad estuvo, siempre, por encima de cualquier conveniencia o tentación. Y la rebeldía, el desasosiego, la búsqueda de Dios, el amor a la patria, presentes. Así como la necesidad del combate.
Había rechazado insinuaciones, propuestas, casi exigencias para que fuese Presidente de México, de sus jefes, también de sus enemigos. Recibido la más alta condecoración del gobierno francés, y la vejatoria expulsión del ejército federal.
Fue, además, un militar que supo escribir. De manera pulcra, correcta, amena, elegante. Escribió un diario, cartas, artículos para publicarse en revistas y periódicos. Redactó los telegramas más definitivos, esclarecedores de la lucha revolucionaria.
Ángeles permaneció junto al presidente Francisco I. Madero en las horas más oscuras, antesala de su trágica muerte. Lo hizo pese a los ofrecimientos del traidor Victoriano Huerta, que lo quería a su lado en el codiciado, escurridizo, puesto de Secretario de Guerra, aspiración permanente en todos los jefes militares. El enemigo vencedor lo necesitaba por su inmenso prestigio, una leyenda dentro del Ejército Federal.
También siguió inseparable de Pancho Villa en las derrotas anunciadas y las batallas compartidas, en la entrada triunfal a la Ciudad de México y en la soledad de la montaña en Chihuahua.
El General se quedó siempre al lado de aquello en lo que creía y que puede resumirse en honestidad, compromiso con el pueblo, amor a su uniforme, lealtad, siempre lealtad. Y la amistad. El valor extremo de la amistad, que tuvo primero con Madero, después con Pancho Villa. Con José María Maytorena, con Manuel Calero, con Federico Cervantes.
Fue un jefe militar que se rebeló contra aquello que no podía respetar, incluyendo algunos de sus jefes.
Insubordinado y leal, difícil coincidencia.
Un militar de inmensa disciplina, pero también un rebelde adelantado a su tiempo, un crítico permanente de la corrupción del poder, incluso dentro del poder militar, un jefe militar que escribió, y publicó, lo que pensaba con una libertad singular para alguien que voluntariamente asumió las limitaciones del uniforme. Que vivió en el constreñimiento de la disciplina castrense. Un hombre que enfrentó a sus superiores para evitar negocios corruptos, una osadía que lo envió al extranjero varias veces en viajes de estudio, otras para padecer el exilio, la mala suerte sin techo.
Fue un hombre con gran amor a su familia, que no dudó en sacrificarla, en someterla a carencias económicas, al desarraigo, a la soledad como destino.
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