Es casi imposible de encasillar. No es ni blanca ni negra, ni conservadora ni progresista, feminista pero no militante del movimiento, propicia la mano dura contra el crimen, aunque lucha porque las cárceles no estén llenas de hombres negros.
Kamala Harris fue una rara avis dentro del pelotón de candidatos presidenciales demócratas en las primarias y lo seguirá siendo en los próximos cuatro años como Vicepresidenta. También hará Historia, es la primera mujer en llegar a ese puesto.
Harris es senadora por California, tiene 54 años, está casada con un abogado judío que tiene dos hijos de un anterior matrimonio.
Es hija de una científica india y un economista jamaiquino. Su hermana, Maya, es una dura comentarista y panelista de la cadena de noticias MSNBC. Fue la primera mujer fiscal del distrito en San Francisco y la primera fiscal general de California mujer/negra/asiática.
Un hito en un país donde el 80% de los fiscales son hombres y el 90% blancos. También es la segunda mujer negra que se convirtió en senadora. Cuando llegó al Congreso, hace dos años, se hizo una promesa y aseguró que su principal motivo para estar allí era “sacar a Trump de la Casa Blanca, por juicio político o por las urnas”. Lo logró.
Durante gran parte de su vida, Harris fue una muy atractiva soltera, sin hijos, centrada en su trabajo. A los cincuenta, sintió que ya era hora de tener una pareja estable.
Se casó con Doug Emhoff, un abogado de Los Ángeles, en una pequeña ceremonia civil en 2014. Cuando Harris no está en el Congreso o en campaña, viven juntos en el elegante barrio angelino de Brentwood. Emhoff cocina y siempre le deja comida casera preparada en la heladera. Él tiene dos hijos de un matrimonio anterior, Cole y Ella, que llaman a Harris, cariñosamente, “Momala”.
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