Equinox es promocionada por Netflix como un relato de misterio similar a la serie alemana Dark, uno de sus éxitos que ya va por la tercera temporada. En verdad, más allá del origen europeo (ésta es una producción de la corporación danesa DR, el conglomerado de medios públicos que controla los canales de TV más importantes del país nórdico) y de una trama organizada en torno a un conjunto de desapariciones, tienen poco en común. Dark es una serie claramente asentada en la ciencia ficción, mientras que Equinox es la más reciente manifestación del recupero actual de un rubro iniciado hace unos 50 años, el llamado “horror folk”.
Este subgénero del terror se inició a comienzos de los años setenta con films como The Wicker Man (Robin Hardy), que fue el que más claramente delineó sus señas particulares: un ambiente rural, o semi, más o menos aislado, donde persisten ritos paganos, generalmente vinculados a los ciclos de la naturaleza y a la fertilidad. Esas tradiciones precristianas no excluyen bacanales ni, acaso para reconfirmar que el ejercicio de la sexualidad desenfrenada siempre tiene un precio, sacrificios humanos. Midsommar (Ari Aster, 2019) es un ejemplo reciente que toma el modelo al pie de la letra, con buena imaginación visual aunque una lógica cuestionable, si uno se preocupa por la lógica en una película de terror.
Esta serie parte de un evento estándar en los relatos construidos sobre el “credo abrámico” (por J.J. Abrams, no el personaje bíblico) de la “mistery box”: la desaparición inexplicable. Aquí, es la de un grupo de 21 estudiantes que festejaban su graduación bailando en un micro escolar. Los únicos que permanecen son el chofer del micro, que pierde la razón, y tres graduados que tampoco son un modelo de salud mental. 21 años más tarde (los números son parte del misterio) Astrid, la hermana menor de una de las desaparecidas, tras un llamado anónimo que parece dar una pista del destino de su hermana, decide investigar por su cuenta la desaparición.
Hay aquí un considerable reposo sobre el diálogo y la palabra hablada en general (ya sea en llamados telefónicos, mensajes dejados en viejos cassettes, grabaciones de sospechosos) que delatan en los genes de Equinox restos de su origen como podcast (escrito por la también showrunner Tea Lindeburg). Tal cosa no hace más que empeorar el avance plúmbeo de la narración durante los primeros episodios, debido principalmente a que Astrid no descubre mucho o no entendemos aún la relevancia de lo que descubre. En esos primeros tramos, se saca poco provecho del misterio, ya que la desaparición simultánea de 21 personas, si bien sucedida dos décadas atrás, está tratada como si fuera un accidente vial, como algo que transfiguró por el dolor las vidas de todos pero no como el evento imposible que en verdad es.
En la segunda parte (son 6 episodios de aproximadamente 45 minutos) la narración entra en calor y el relato en dos tiempos (1999 y 2020) y dos espacios (la realidad y otro lado) florece, especialmente en los momentos en que pasado y presente se entrelazan. El final, si bien no es completamente insatisfactorio, requiere de una sorpresa mayor, en lugar de cumplir con lo anunciado mucho antes. Equinox es el producto más habitual de nuestra era de la televisión: no es genial, no es terrible, puede ser vista en uno o dos días y aspira, sobre todo, a tener una nueva temporada.
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