Qué lejos se ve Catar desde Panamá. Un partido como un capítulo de Survivor. Ante un estadio delirante, 15,000 que parecían 150,000, y un bochorno de los mil demonios, México respiró aliviado después de una peligrosa excursión al Canal.
‘Tecatito’ Corona, cerca del final, neutralizó el gol inicial de Blackburn, y mantuvo al Tri invicto después de tres fechas en el octagonal de Concacaf. Quizá recordemos este gol con apego emocional en marzo, cuando los boletos para Catar estén por repartirse.
El primer azote de ‘La Marea Roja’ casi se lleva por delante al Tri. Ochoa alejó con las rodillas la media vuelta de Quintero. El lamento, atronador, sonó como música para los oídos futboleros. 15,000 personas en el Rommel Fernández, lo suficientemente ruidosas y lo mínimamente hostiles como para tomarse el partido en serio. Fútbol pre-pandémico con ambiente (y clima) infernal.
Entonces el ‘canchagate’ panameño cobró su primera víctima: el césped ‘híbrido’ del cual presume su autoría la misma empresa que destrozó la cancha del Estadio Azteca hará tres años, reluciente la semana pasada, reventó las rodillas de Carrasquilla.
Tras el pequeño receso, México encontró el Canal de Davis, por el cual navegó sin cuotas. La cadencia de Orbelín, Romo y ‘Charlie’, que trazaron un triángulo en el cuadrante más dañado del terreno de juego, accionó un torrente de agua helada que apagó a Quintero. ‘Tecatito’ envolvió la pelota con su pie derecho, con las más maliciosas intenciones, y Mejía salto de los rascacielos de Costa del Este para abortar el peligro.
‘La Marea Roja’ quemó a Gallardo y Blackburn pilló a Ochoa merendando sancocho en el primer poste. La astucia heredada de Dely Valdés. El gol como un grito contenido por dos años. Dos años de morriña. Tan incontestable. Tan sobrecogedor. México se encaramó m, sin demasiado sistema, y Panamá resistió con Escobar y Andrade en el corazón de los esfuerzos.
Blackburn encendió las alarmas médicas de Christiansen y ‘Tecatito’, las deportivas, pero el árbitro Escobar no encontró materia punible.
Funes Mori, derretido por la engorrosa humedad panameña, dejó su hueco a Henry Martín. También entraron al sauna que es el Rommel Fernández Córdova y Guardado, un esmero por acompasar el fútbol del Tri, tan maltrecho como el césped y las piernas de Blackburn, otro damnificado de los experimentos agrónomos de Turf Managers.
Romo recogió una pelota como platillo volante que surcaba los cielos canaleros; su impacto bajo, etiqueta de gol, forzó la segunda aparición estelar de Mejía.
Barcenas, un centinela, un alero, custodiado por Yanis y Davis, sumados desde la segunda línea, fueron culpables de las posiciones largas con las que ‘La Marea Roja’ sofocó al Tri. Eso, hasta que Antuna avistó un hueco por el cual pinchar para entrara el aire fresco; Andrade, barrida heroica, se jugó la vida para bloquear el disparo.
La subsiguiente réplica de ‘Tecatito’ no cogió curva y murió en la publicidad estática. México empezó a recolectar méritos. Henry Martín acarreó, cedió, y Córdova apuntó a una madriguera escondida en las profundidades de la portería de Mejía; el meta panameño, diligente ecologista, salvó a las crías con un lance que desde ya imitarán los niños en San Miguelito.
Panamá se refugió El Chorrillo, muy lejos de los dominio de Ochoa; y el Tri empujó por inercia y amor propio. Y una pizca de fútbol, habrá que decir, agitada por las triquiñuelas de Córdova y los inusuales pero catárticos episodios de ensoñación de ‘Tecatito’. Entonces, Córdova volvió a probar un tiro arrinconado, ahora al poste derecho; Mejía, una fiera, espantó la trayectoria con su lance, pero tampoco obra milagros a cada segundo.
‘Tecatito’ golpeó con rabia para sacudirse malos augurios. Y futuros problemas, porque la noche panameña amenazaba tormenta. Qué lejos se ve Catar aún.
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