Érase una vez un pez pequeño y poco llamativo, el picote tequila o “zoogoneticus tequila”, que solía nadar en un río del oeste de México y que se extinguió a finales del siglo XX… o eso parecía. Sin embargo, el trabajo de científicos y el apoyo de los pobladores consiguió lo que raramente se logra: que una especie extinta en la naturaleza —pero conservada en cautividad— volviera a su hábitat.
Lo hizo, además, convertida en símbolo de identidad local y ejemplo internacional de buenas prácticas científicas.
Todo comenzó hace más de dos décadas en Teuchitlán, un pueblo cerca del volcán de Tequila (que dio nombre al pez), en el estado mexicano de Jalisco. Media decena de estudiantes, entre ellos Omar Domínguez, empezaron a preocuparse por ese pececillo que cabe en la palma de la mano (mide unos 7 cm) y que había desparecido del río local, una zona de manantiales de donde es autóctono, aparentemente debido a la contaminación, las actividades humanas y la introducción de especies foráneas.
Domínguez, ahora de 47 años e investigador de la Universidad Michoacana, cuenta que entonces sólo los más ancianos recordaban esa especie, a la que llamaban “gallito” por el color anaranjado de su cola.
En 1998, varios conservacionistas del zoológico de Chester (Inglaterra) y de otras instituciones europeas llegaron a México para ayudar a instalar un laboratorio de conservación de peces mexicanos y trajeron varias parejas del picote tequila que habían pervivido en acuarios gracias a los coleccionistas, explicó.
Los peces comenzaron a reproducirse en los acuarios y en pocos años Domínguez y sus colegas apostaron por reintroducirlos al lugar de donde eran originarios, el río del pueblo, de menos de un kilómetro de longitud, pero de gran riqueza ecológica.
“Nos decían que era imposible, (que) cuando los regresáramos iban a morir”.
Crearon un estanque artificial para tener una fase de semi-cautividad y en el año de 2012 pusieron ahí 40 parejas.
Sé el primero en comentar