Martino vivirá un día más para contarlo. Un penalti de Jiménez evitó la catástrofe, pero no alivió los malestares. Que el Azteca ya no es el fortín de antaño ya es un lugar común, pero la Selección llevó la falta de autoridad al extremo en una noche de nervio y frío. Qatar está un poco más cerca ahora, pero la enfermedad parece crónica. Además, la lesión de Hirving Lozano añadió una preocupación más. México habrá ganado tres puntos y medio pasaje de avión, pero ha perdido mucho más.
El Coloso de Santa Úrsula era un témpano. Ni la estación, ni el estado de forma de la Selección invitan al calor. El partido inició sumergido en hielo, aunque no como en Minneapolis, hasta que Jiménez sacó las palas. El delantero se abrió paso entre los bloques de hielo, pero se había dejado la dinamita en la valija. Panamá también reclamó territorio: Escobar tiró a matar y Herrera, con el arte de saber dónde estar, interceptó la salva. Ay, este frío también corta el aire.
Lo cierto es que cada que ‘La Marea Roja’ se acercó al muelle de Ochoa un calofrío recorría al Azteca, el santuario inexpugnable (en teoría). Montes y Araujo repelían los balazos en un partido que no tenía gobernante. Y eso, en el Azteca, es una entelequia.
Con el norte extraviado, ‘El Tri’ vagabundeó sobre el césped del Azteca. La visita, en cambio, encontró un sofá y se hizo un hogar en el santuario inexpugnable. Godoy y Carrasquilla coordinaron la mudanza mientras Ochoa, Montes, Araujo, sus ocho compañeros, 2,000 aficionados presentes y millones de televidentes parían chayotes.
Panamá ya se sentía como en el Rommel Fernández cuando Carrasquilla trazó un pase entre líneas y Yanis imaginó colocar la pelota en la estantería a la que Ochoa necesita llegar con escalera. Ay, este miedo también corta el aire. ‘El Tri’ se llenó de terror mientras la tragedia comenzó a rondar. Ese pavor que convierte las piernas en agua, las sonrisas en lágrimas y los sueños en pesadillas. El tiro de Jiménez, anulado por el banderín del segundo asistente, fue hasta una alucinación propia de un ataque de ansiedad.
Lozano no entiende de terrores. Desnudó a Davies, galopeó hasta el fin del mundo y Jiménez solo agradeció el esfuerzo. El frío, por unos segundos, se escapó por los túneles, pero solo fue una contracción climática. En realidad, la línea de cal se había comido la carrera de Lozano.
El VAR corrigió el gazapo. Lo cierto es que los pupilos de Martino emergieron del vestidor vigorizados, fieros, apasionados. Con sangre en las venas, al menos. El momentum casi se va al garete cuando Rodríguez cruzó el Canal en bote motorizado y, sobre la carrera, ametralló a Ochoa; el meta le puso la cara a las balas.
El tiro arrinconado de Vega quizá habría tenido mejor destino si Lozano, quien aguardaba sin marca, hubiese entrado en el radar de Alexis. Síntomas de ausencia de sintonía. Esto se parecía cada vez a 2013. El partido comenzaba a pedir a gritos una chilena de Raúl Jiménez, pero, ay, este frío.
La tragedia rondaba, advertimos. Murillo y Lozano se retaron a una carrera de 100 metros planos, pero la fuerza gravitacional del panameño envió al ‘Chucky’ al suelo, clavícula por delante. De peores ha salido Lozano, pero sus despedidas en camilla son ya una aterradora costumbre.
Vega le pegó con alma, pero sin puntería, y el frío y el terror ya se sentían en los huesos. El partido llegó al estado de pánico, bien lo presintió Jiménez cuando entregó el gol de la victoria a Mejía, hasta que Lainez, siempre pícaro, siempre hiperactivo, atolondró a Ayarza.
El referee Barton limpió los aires con un ademán. Jiménez, penalti de autor, embocó con su estilo infalible mientras Lozano partía rumbo al hospital en ambulancia. Gol dicotómico. No fue de chilena, pero cuenta igual. México dejó de hiperventilar, pero sobrellevó los minutos finales con temblores y sofocos. ‘El Tri’ está vivo, empero no muy sano. Y sin embargo.
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