CIUDAD DE MÉXICO.- Eglogio y Silvestrina, campesinos, fueron a vivir en la ciudad. Al cabo de poco tiempo se vieron en apuros económicos, y para no fenecer de hambre acordaron poner en práctica un recurso extremo: ella ofrecería su cuerpo a la lascivia de los hombres, por más que no tenía ninguna experiencia en ese giro. Así lo hicieron. Una noche Silvestrina salió a la calle pintada como coche y ataviada con la vestimenta que juzgó propia del oficio: falda ajustada; escote pronunciado; medias de malla; zapatos de tacón aguja; boa de plumas y bolsa de chaquira. Cerca de la madrugada regresó a su casa y le entregó a su marido mil 25 pesos. Preguntó Eglogio, extrañado: “¿Y esos 25 pesos?”. Explicó Silvestrina: “Es lo que le cobré a cada uno”. Empédocles Etílez entró en su casa a las 3 de la mañana. Su esposa le reclamó hecha una furia: “¿Qué horas de llegar son éstas?”. Contestó el temulento: “¿Quién te dijo que estoy llegando? Nada más vengo por la guitarra”. Al empezar la noche de bodas Simpliciano le preguntó solemnemente a Pirulina: “¿Soy yo el primero?”. Respondió ella: “Sí”. “¡Gracias, mi amor! -profirió el desposado al tiempo que abrazaba a su mujercita con ternura-. ¡Me emociona saber que soy el primero!”. Completó por lo bajo Pirulina: “El primero que me cree”. En el programa de preguntas y respuestas el conductor le preguntó a un concursante: “¿Qué es el cloruro de sodio?”. Nosotros sabemos que el cloruro de sodio es la sal común, pero el concursante no lo sabía. Así, quedó en silencio. Le dijo el locutor: “Voy a darle una pista: ¿qué le pone usted a los huevos en la mañana?”. Respondió triunfalmente el individuo. “¡Talco!”. Un tipo invitó a otro a jugar póquer esa noche. “No puedo -dijo el otro-. Es miércoles, y la sinfónica toca música de Mozart”. “Entonces el viernes” -reiteró el primero la invitación. “Tampoco puedo -volvió a decir el otro-. Esa noche la orquesta toca música de Beethoven”. “¿Y el domingo?”. “Imposible. Ese día la orquesta interpreta obras de Brahms”. El primero se asombró: “No sabía yo que te gustara tanto la música clásica”. Replicó el otro: “Me es indiferente. Pero cuando toca la sinfónica voy a la casa del músico que toca el corno inglés y paso un agradable rato con su esposa”. Siento pena, lo digo sinceramente, por los yerros y dislates en que incurren Peña Nieto y sus colaboradores. No pasa semana sin que él o las personas de su círculo cercano den motivo para la crítica fundada. Eso explica en buena parte el mal humor social a que aludió el mismo Presidente; a eso se debe también el bajo índice de aprobación que registra en las encuestas. El anuncio del cambio de formato en el informe presidencial ha dado pábulo a nuevos señalamientos. Según el tal anuncio Peña Nieto se reunirá con un grupo de jóvenes que le harán preguntas a las cuales dará respuesta el mandatario en un acto que será trasmitido nacionalmente por radio y televisión. Obvio es decir que las dichas preguntas se harán conforme a un libreto establecido, y que los interrogadores serán obsecuentes, complacientes y aquiescentes. Teatro, en fin, por no decir que farsa. Simulación, tramoya. Nadie se chupará esa chupaleta, desde luego, y pocos, muy pocos, se interesarán en ver la inane representación, a no ser que por cualquier motivo estén obligados a mirarla. Mejor habría hecho Peña Nieto en cumplir simple y llanamente lo que prescribe la Constitución acerca de los informes presidenciales, y luego irse a su casa a descansar. Yo, por mi parte, emplearé ese tiempo en releer la simpática comedia “Eloísa está debajo de un almendro”, de Jardiel Poncela. Es teatro también, pero más entretenido. FIN.
MIRADOR
Desde el fondo más hondo de la noche me mira una mirada.
No sé de quién son esos ojos que me miran. Pueden ser los del hijo que no tuve. Quizá son los de la mujer que abandoné. Me miran esos ojos y la noche se vuelve aún más noche.
Ansío que amanezca, pero el amanecer no llega. Se diría que la luz ha muerto y que la oscuridad le guarda luto. Y no se aparta de mí esa mirada, por más que me empeño en no mirarla.
Cierro los ojos y se abren dentro de mí esos ojos. Me cubro el rostro con las manos, y en las manos se me dibuja su mirada. Escaparía, pero sé bien que no hay escapatoria.
Decido enfrentar a mis perseguidores. Abro los ojos para verlos, y encuentro que los ojos que me miran son los míos. Soy yo quien me persigue. Soy yo quien me persigo.
Tiemblo. Ahora sé que esa mirada me seguirá por siempre.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Llegó al corral un toro joven, y el toro viejo empezó a bufar y rascar la tierra”.
“No lo hago por si me ataca
-dijo en tono plañidero-.
Bufo y rasco porque espero
que no piense que soy vaca”.
Armando Fuentes
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