Desde finales del año pasado, está comunidad se ha convertido en un blanco preferido del ISIS, que cuenta con una filial en la provincia del Sinaí desde 2014, apodada Wilaya Sina (“provincia del Sinaí”). Anteriormente, el grupo yihadista solía centrarse en atacar a miembros de las fuerzas de seguridad. Si bien esta península remota y desértica continúa siendo su principal bastión, las acciones violentas de la milicia se han ido extendiendo progresivamente por el valle del Nilo. De hecho, sus atentados más sangrientos contra la minoría cristiana han tenido lugar en las principales ciudades del país.
El pasado mes de diciembre, un terrorista suicida hizo estallar una bomba en una iglesia anexa de la catedral de San Marcos, en El Cairo, provocando la muerte de 29 feligreses. El recinto es la sede del patriarcado de la Iglesia Ortodoxa Copta. Sin embargo, el balance de víctimas aún fue más elevado fruto de los dos ataques simultáneos del 9 de abril de este año contra una iglesia de Alejandría, la segunda más importante del país, y otra de Tanta, coincidiendo con la celebración del Domingo de Ramos.
En total, aquel funesto día fallecieron 46 personas y otras 120 resultaron heridas. Tras aquella tragedia, el presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi, declaró el estado de emergencia en el país árabe durante tres meses. Aunque la historia reciente de Egipto está repleta de tensiones sectarias, la ola actual de atentados no tiene precedentes y ha sumido la comunidad cristiana en un profundo estado de angustia. Por esta razón, el mes pasado, en su vistia a Egipto para promover el diálogo interreligioso, el Papa Francisco quiso expresar su solidaridad con los cristianos egipcios celebrando una misa ante miles de creyentes.
Tras dos convulsos años de transición democrática, con el golpe de Estado del actual presidente Al Sisi en 2013, Egipto ha caído en una espiral de violencia que no parece tener fin. A la misma vez que la represión de la nueva dictadura militar ha alcanzado su mayor cota en la historia contemporánea del país árabe, cebándose en cualquier voz crítica independientemente de su ideología, una tenaz insurgencia islamista ha ido consolidándose en diversos puntos de la geografía egipcia, asestando golpes más mortíferos.
Precisamente, la pequeña localidad de Al Adua, escenario hoy de la barbarie terrorista, saltó a los titulares de la prensa internacional hace exactamente unos tres años, cuando sus habitantes constituyeron la mayoría de los 683 simpatizantes islamistas condenados a la pena de muerte en un macrojuicio por el asalto contra una comisaría de policía después del golpe. Las organizaciones de derechos humanos denunciaron que el proceso no contó con las garantías procesales mínimas. Posteriormente, un tribunal de casación absolvió a buena parte de los acusados, pero mantuvo la pena capital a 183 personas. (Fuente: El País).
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