CIUDAD DE MÉXICO.- Un tipo encontró a su esposa, mujer poco atractiva, en la cama con su mejor amigo. Muy sentido le dijo a éste: “No me lo explico, Pitorraudo. Yo tengo que hacerlo ¿pero tú?”. El curita recién ordenado le pidió al buen padre Arsilio que lo oyera confesar y le diera luego su opinión. Oyó, en efecto, el anciano sacerdote al nuevo presbítero y luego le manifestó: “No lo haces del todo mal, Nepomuceno. Sólo te recomiendo que cuando oigas un pecado grave hagas: ‘Mm’, y no: “¡Uta!”, y que le digas al penitente: ‘Prosigue, hijo mío’, en vez de: ‘¡No manches, güey’!”. Ingresó un nuevo socio en el Club de la Tercera Edad Entrando Ya a la Cuarta. El encargado le hizo saber: “En este club no hablamos de política, pues eso da lugar a agrias discusiones. Tampoco hablamos de religión, por respeto a las creencias de cada quien. Ah, y tampoco hablamos de sexo”. Preguntó el recién llegado: “¿Porque lo consideran un tema inconveniente?”. “No -replicó el veterano señor-. Porque ya no nos acordamos”. Astatrasio Garrajarra, el borrachín del pueblo, iba cae que no cae por un oscuro callejón cuando de pronto le salió al paso el conde Drácula. Abrió su capa el vampiro, le mostró al azumbrado los colmillos y luego le preguntó con ominoso acento: “¿Te doy miedo?”. “No, gracias -replicó tembloroso el beodo-. Ya tengo un chingo”. Aquella mañana lord Feebledick estaba de excelente humor. Por el Times se enteró de que sus acciones en la mina de diamantes del Transvaal habían subido medio punto. Juguetón, le dio un garnuchito en el trasero a su mujer, lady Loosebloomers, y le dijo con tono burloncillo: “Si tuvieras más firme esto podrías prescindir de la faja”. La señora no respondió a esa burda cuchufleta, pero pronunció en su interior una expresión interjectiva que habría hecho ruborizar a un hooligan. Poco después lord Feebledick le dio otro garnuchito, ahora en el tetamen. Riendo, le dijo a su esposa: “Si tuvieras más firme esto podrías prescindir del sostén”. Y así diciendo soltó una estruendosa carcajada. Ya no se pudo contener lady Loosebloomers. Le dio a su marido un fuerte garnucho en su parte de varón y le dijo con voz ácida: “Y si tú tuvieras más firme esto podríamos prescindir del mayordomo, del jardinero, del caballerango, del perrero, del guardabosque, del montero, del cocinero y del chofer”. Lamenté mucho la acción de aquéllos que para desprestigiar a quienes se oponen al matrimonio igualitario dieron a conocer los nombres de algunos eclesiásticos que al decir de los denunciantes han participado en encuentros homosexuales. Al hacer tal cosa incurrieron en el mismo hostigamiento e igual forma de persecución de que han sido víctimas las personas de orientación homosexual. Fue ese un acto pedestre y canallesco que en nada ayuda a una causa justa como es la que tiende a conseguir que los homosexuales tengan los mismos derechos que los heterosexuales. Los dirigentes y voceros del movimiento LGBTT deben deslindarse de ese reprobable proceder y evitar que conductas semejantes se repitan. Pinocho estaba triste. ¿Por qué estaba triste Pinocho? Tenía éxito con las mujeres -todas querían saber qué se sentía hacerlo con un muñeco de madera-, pero después del trance erótico sus parejas se quejaban siempre de que les había clavado una astillita en cierta parte donde una astilla duele mucho. Así pues Pinocho fue con Geppetto, su papá, y le contó aquel problema que tanta pesadumbre le causaba. El anciano carpintero lo tranquilizó. Eso, le dijo, tenía fácil solución. Le dio una hoja de papel de lija y le indicó que se frotara con ella la astillosa parte. Después de una semana Geppetto le preguntó a su hijo cómo le iba ahora con las mujeres. “¿Mujeres? -respondió Pinocho-. ¿Quién necesita mujeres?”. FIN.
MIRADOR
¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que descubriste a una codorniz oculta entre los matorrales? Tu instinto de cazador te hizo señalármela: tenso el cuerpo, doblada una de tus patas delanteras, apuntaste con el hocico para mostrarme el sitio donde el pajarillo estaba.
Luego, de pronto, cambiaste de actitud. Te diste cuenta de que la codorniz tenía polluelos. Entonces corriste hacia mí y me cerraste el paso para evitar que me acercara al ave y su nidada.
De muchas sabidurías fuiste dueño, Terry, pero la más grande de todas fue tu sabiduría de la vida. Por eso me detuviste aquella vez, cuando sentiste que podía amenazarla.
Viviste como se debe vivir, Terry. Fuiste fiel a tu naturaleza. Quiero decir que fuiste fiel a la naturaleza. Cuando los hombres nos apartamos de ella, cuando por nuestras invenciones la contradecimos, atentamos contra nosotros mismos. Eso me lo enseñaste tú aquel día, Terry, cuando te pusiste frente a mí para que no le hiciera yo daño a la vida.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“A un hombre lo han operado ocho veces del estómago”.
Perdónenme que lo diga;
sinceramente perdonen.
¿Por qué mejor no le ponen
un zipper en la barriga?
Armando Fuentes
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