PLAYA DEL CARMEN, Q. Roo.- La firma de la paz en Colombia, tras 52 años de conflicto, traza una nueva historia para un país que guarda un dolor metálico en cada uno de sus habitantes. Los acuerdos de paz, firmados en Cartagena, así como el perdón público del líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Rodrigo Londoño Echeverri “Timochenko”, abren la posibilidad de una reconciliación nacional, aunque hay un dejo de amargura porque los crímenes de guerra cometidos, simplemente, no se castigarán.
La reconciliación como ejercicio de perdón para Colombia debería servir como ejemplo para México, un país que repite los mismos errores del país sudamericano, marcado por las secuelas del narcotráfico, el terrorismo, la guerra y la violencia desmedida.
La paz para México se advierte lejana, difícil y tal vez la descomposición social que se vive obstaculice un final similar al colombiano, con acuerdos y pactos. El tejido social en México está roto, fracturado, y el gobierno mexicano se empeña en que el daño sea permanente.
Un día antes de la firma de la paz en Colombia platiqué sobre el tema con varios colombianos en Barichara –un pueblo aguerrido, en las montañas, en la zona nororiental del país en la región Andina y donde sus habitantes han logrado evitar la voracidad de las mineras transnacionales y el abuso gubernamental– y me hizo pensar en cómo los mexicanos no hemos asimilado lo que ocurre en nuestro entorno, la crisis social que ha generado en todos nosotros la sangre derramada, el caos que se extiende como enfermedad mortal.
Elegir el rumbo del país es un privilegio, y muchas veces lo desperdiciamos. Es cierto que la historia de la guerra de Colombia tiene sus diferencias con México, pero ambas han generado el mismo dolor, la misma desigualdad y desesperanza. México sigue en guerra, en una batalla perdida desde hace muchos años.
Escuchar a los colombianos hablar sobre el “sí”, sobre “sí” al plebiscito por la paz, me hizo pensar en cómo sería el panorama mexicano al abordar soluciones para terminar con el narcotráfico, la corrupción y la impunidad. ¿Sería posible una unión así? ¿Qué más tendría que pasar para que reaccionáramos y votáramos por la paz? No me refiero a un voto, a un “sí” solamente, me refiero a una acción, a un movimiento para salir de las tinieblas.
Desde que comencé mi carrera como periodista, en Michoacán, aprendí que en los municipios se reflejan las malas acciones de gobierno, las omisiones y las carencias de la población. Los municipios son reflejo del fracaso de las instituciones, como en Solidaridad, Playa del Carmen, donde los bárbaros gobiernan, grupos de trogloditas que únicamente se disputan el poder. Playa del Carmen es un reflejo del caos en un país desigual, donde no interesa nada, donde aquellos que toman las decisiones engañan con una sonrisa pueril mientras disparan a quemarropa con un fusil oxidado.
En este nuevo gobierno quintanarroense se vocifera el cambio, se presumen nuevos ideales, nuevas rutas para soterrar la impunidad y el desorden. Pura palabrería. Playa del Carmen no cambiará –aún– de rumbo porque México no ha cambiado, se hunde en la profundidad de la indiferencia. Colombia tardó 52 años en firmar la paz con la guerra, pero apenas viene la práctica de ese acuerdo ¿Cuánto debe pasar para que la reconciliación se manifieste en México?
El dolor latinoamericano es interminable. ¿Esperanza?, sí, pero no se alcanzará pronto. En Colombia hay celebración, en México, un permanente funeral.
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