CIUDAD DE MÉXICO.- Sir Mortimer Highrump, audaz explorador, fue a África a buscar al famoso misionero David Dyingstone, desaparecido misteriosamente desde hacía ya 5 años. En su búsqueda llegó a una aldea de caníbales y les preguntó si lo habían visto. “Sí -respondió el jefe de la tribu-. Lo hallamos en una choza perdida en lo más profundo de la selva, donde la mano del hombre jamás ha puesto el pie”. “¡Asombroso! -exclamó Highrump-. ¡Yo llevo varios meses buscándolo infructuosamente! ¿Cómo lo encontraron?”. Respondió el antropófago: “Muy duro”. Don Laureano, norteño adinerado, se hallaba en París. Su viaje era de placer: había dejado en Perros Bravos a su esposa Dominga. Fue con el concierge del hotel y le dijo en voz baja: “Quiero preguntarte algo”. “Ya sé -sonrió con aire de complicidad el tipo-. Monsieur desea saber dónde puede encontrar una muchacha”. “No, no” -se azoró don Laureano. “¡Ah, vaya! -le guiñó un ojo el sujeto-. Entonces Monsieur desea saber dónde puede encontrar un muchacho”. “¡Tampoco!” -enrojeció el vejancón. “Entonces -inquirió el concierge, desconcertado- ¿qué desea Monsieur?”. Le preguntó don Laureano ansiosamente: “¿No sabes de algún restorán que venda cabrito?”. Expresivo y sonoro vocablo es el verbo “joder”. Siete acepciones de la voz recoge la Academia, y todas las registra como malsonantes. En su principal connotación el término “joder” significa practicar el coito, o sea follar, coger. De muy antiguo linaje es la palabra. Corominas menciona una “inscripción cristiana” del siglo XIV que vio en Granada con esta maldición: “¡Fodido sea!”. A mí, la verdad, tal inscripción no me parece tan cristiana. Equivale en cierto modo a la interjección inglesa “Fuck you!”, tan de uso en las películas americanas de hoy, en las cuales de cada 100 palabras 2 no son “Fuck you”. El voquible “joder” proviene del latín “futuere”, que designa a aquella acción a la que antes aludí: coger, follar. Según la etimología, pues, cuando Peña Nieto dijo: “Ningún Presidente se levanta ni se ha levantado pensando cómo joder a México”, lo que en puridad estaba diciendo es que ningún Presidente ha pensado cómo cogerse a México. Y sin embargo bien que se lo han cogido-también yo pido disculpas por la malsonancia -, sobre todo en estos tres últimos sexenios, sin restarles méritos a otros de nuestro tiempo, especialmente los de Salinas, Echeverría y José López Portillo. Lo cierto es que el uso de esa palabra por Peña Nieto causó gran impresión. No son pocos los que opinan que palabras así, de las llamadas “malas”, no se oyen bien en labios del Presidente. Yo pienso que ninguna palabra es mala en sí: la pravedad está en el ánimo de quien la dice. Peña Nieto no empleó ese vocablo con intención torcida, sino para enfatizar su dicho y darle efectividad mayor. Hay una linda teoría acerca de las “maldiciones” que usamos los mexicanos. Según tal tesis los franciscanos las habrían enseñado a los indígenas con el propósito de que no usaran las blasfemias que los soldados españoles empleaban en su habla cotidiana. Efectivamente, es muy notable el hecho de que en España se blasfema, y en México no. Allá traen al mal traer a Dios, a la Virgen, a la hostia, etcétera, en tanto que acá no nos metemos, cuando maldecimos, con las personas o cosas de la religión. El uso del término “joder” por el Presidente no ha de ser motivo de escándalo. Los hechos deben indignarnos, las palabras no. Una esposa le contó a su marido: “Vino a buscarte tu socio Pitorraudo”. “No te fíes de él -le dijo el esposo, inquieto-. Tiene una labia tal que las mujeres acaban por rogarle que les haga el amor”. Declaró con orgullo la señora: “Yo no tuve qué rogarle”. FIN.
MIRADOR
Llegaron sin anunciarse y me dijeron:
-¿No te acuerdas de nosotras?
La verdad, no las recordaba.
Me preguntaron, desafiantes:
-A ver: ¿quiénes somos?
-Perdonen -respondí-. A mis años se pierde la memoria. Les ruego que me digan quiénes son.
Respondieron muy orgullosas:
-Somos las viejas rencillas.
Quedé asombrado. Les dije:
-Pues se ven muy jóvenes.
Explicaron:
-Nos sometimos a una operación rejuvenecedora.
Las felicité cumplidamente. Y a ustedes les digo: si ven unas rencillas que parecen nuevas no se dejen engañar: son las viejas rencillas de siempre.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Una mujer dejó a su esposo y huyó con un desconocido”.
El marido piensa y piensa
cómo hallar a ese sujeto.
“Quiero -dice el indiscreto-
darle alguna recompensa”.
Armando Fuentes
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