Las vallas metálicas que cerraban la entrada se derruyeron sin violencia; por el momento, el pueblo ha ganado la batalla al Centro Ecológico
PLAYA DEL CARMEN, Q. Roo.- Esta vez no les tocó a ellos. La fuerza pública se usó para destruir las estructuras y las vallas metálicas. Había miedo por las represiones pasadas, pero también seguridad luego de que por unanimidad los regidores de Tulum aprobaron revocar el documento de medidas y colindancias que convertía el predio de acceso a la bahía en propiedad privada, pero esto no era todo, se aprobó que, de ser necesario, fuera abierto con el uso de la fuerza pública.
Así, las murallas edificadas con violencia y en la oscuridad tuvieron a fin derrumbarse. La lucha de un pueblo por fin dio un gran paso en la batalla contra el Centro Ecológico de Akumal (CEA), sin embargo, aún no está definido, ya que a pesar de la publicación de este mandato en el Periódico Oficial del Estado, se dejan aún a salvo los derechos de todo particular, en razón de que fuesen agraviados. Todo queda en manos de la inalcanzable justicia.
La incertidumbre todavía tiene lugar, pero gana el júbilo. Aquellas familias que marcharon en repetidas ocasiones, aquellos que fueron blanco de las balas de goma disparadas a la población desprevenida, sin importar que fueran mujeres y niños, de nuevo se avalentaron para recuperar lo poco que les queda, una ventana al mar.
Los pobladores de Akumal viven en uno de los destinos más bellos del mundo, pero cada vez son menos tierras las que están en manos de mexicanos, de quintanarroenses. Sus playas, con ese azul turquesa cristalino casi dorado por su brillo, esas grandes extensiones de tierra, el hoy santuario de la tortuga marina, seguirán en disputa entre los grandes capitalistas, que muy cerca de la élite de políticos, enamoran con el “oro verde” para conseguir lo que sea.
“El pueblo callado, jamás será escuchado. El pueblo unido, jamás será vencido”, “México para los mexicanos, como debe ser”, se leía en varias cartulinas que portaban jóvenes y señoras justo frente a los policías con tanquetas. En posición, listos para atacar al menor intento de violencia. Otros llevaban pinzas de corte y motosierras para desmantelar cualquier valla. La gente gritaba para abrir el paso.
Nadie lo podía creer, todos miraban, los que pasaban se detenían y de inmediato sacaban de sus bolsillos los celulares para capturar el momento. La mano de chango destruía el concreto que obstaculizaba el paso. La estatua de Gonzalo Guerrero y Zazil Ha también cayó al demolerse la base, pero de inmediato la gente corrió para ponerla a salvo a un costado. El ruido de la enorme retroexcavadora le hacía un agujero al viejo litigio que parecía casi perdido.
Comenzaban a pasar hacia la bahía decenas de personas, activistas, turistas, mirones, policías, viejos, jóvenes, familias completas. Cuatro palapas quedaron destruidas a sus pies. Todos reunidos y organizados, era la inercia de tener el mismo objetivo: recuperar el acceso. Entre varios hombres cargaron los enormes camastros, tipo camas, los hicieron a un lado. Sacaron las sogas y delimitaron el terreno. Seis metros exactos para pasar a la playa. Poco a poco se reducía el miedo. Los policías sólo miraban. Los rifles y las macanas que portaban no fueron utilizados.
Aplausos y la bandera de México se ondeó. Se respiró calma al día siguiente, cuando algunos esperaban, como en el pasado, despertar y ver que en el lugar se habían vuelto a colocar rejas. Esta vez no fue así.
Fotos: Agencias
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