Borge, la ruina del PRI

Por: Adriana Olvera Juárez

PLAYA DEL CARMEN, Q. ROO.- El camino de Roberto Borge Angulo hacia la gubernatura fue allanado a través de un acuerdo de unidad, pero en sus cinco años en el poder, se dedicó a hostigar y someter a opositores para colocar a rivales, con lo que causó la ruptura que selló su destino tras las rejas.

Sobrino de un ex gobernador, este joven cozumeleño fue encomendado a Félix González Canto, entonces diputado federal, quien lo hizo su secretario particular y le labraría su futuro político cuando llegó a la gubernatura, colocándolo en la Tesorería, Oficialía Mayor, diputación federal y finalmente la dirigencia priista, alistándolo para ser su sucesor.

“La mano” de Félix

Sin embargo, en las encuestas Borge Angulo no levantaba, pues en la preferencia popular estaba el ex presidente municipal de Solidaridad y entonces diputado federal, Carlos Joaquín González, quien tenía declarada su intención de competir. Más peligroso aún, había un sector de la oposición dispuesto a ofrecerle la candidatura si se imponía la “línea” del entonces gobernador.

Con la intercesión de la dirigente nacional, Félix González llegó a un acuerdo que le permitió imponer a su pupilo. A Joaquín González le cedieron dos municipios, Solidaridad y Tulum, además de algunas diputaciones locales; se le exhortó que continuara en la Cámara de Diputados, donde presidía la Comisión de Turismo, cosa que aceptó e hizo pública. Ese mismo día se postuló Borge por unidad.

Encarcelamiento, instrumento político

Como rival tenía al presidente municipal de Cancún, Gregorio Sánchez Martínez, quien gozaba de amplia popularidad, pero que abruptamente fue encarcelado, acusado de nexos con la delincuencia organizada. En un libro editado hace pocos meses, el ex edil acusa de esta maniobra únicamente al entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, lo que resulta difícil de creer. Involucrados o no, lo cierto es que el triunfo para Borge quedó garantizado, lo que parece haber sido una lección que aprendió y que aplicaría a futuro.

Al arrancar su mandato, el nuevo gobernador contaba con un gabinete mixto, con figuras leales a Félix González y algunas de otras corrientes. En los municipios, cinco estaban en manos de oposición y dos con ediles “joaquinistas”. En Othón P. Blanco estaba el hijo de Mario Villanueva y en Cozumel, un Joaquín, Aurelio, quien, pese a su filiación familiar, desde un inicio se declaró incondicional suyo.

Odio a los joaquinistas

Comenzó entonces una intensa y constante campaña de sometimiento y acoso, tanto a priistas como a opositores. A los propios, les impuso tesoreros, contralores y secretarios de seguridad pública que reportaban todos los movimientos al Ejecutivo estatal, además de enviar a operadores financieros, como Eliezer Villanueva, quienes se encargarían de todas las contrataciones.

En los municipios, el amo, señor y el dueño en ese entonces, era Roberto Borge Angulo”, confesaría muchos años después Aurelio Joaquín, cuya carrera política fue truncada, entre escándalos maritales, rumores de abuso de sustancias y una crisis emocional que después se revelaría provino por el hallazgo de un tumor cerebral.

En Chetumal, Carlos Mario Villanueva fue bloqueado desde un inicio, pues existía la orden de no permitir el resurgimiento del “villanuevismo”, lo que le valió a este edil una campaña mediática en contra durante toda su gestión, además de diversas negativas y obstáculos que en su momento calló, pero que años después confirmó que padeció.

Traiciones

En Solidaridad, el supuesto “joaquinista”, Filiberto Martínez, rápidamente se alineó con el gobernador y cedió el control de las finanzas al tesorero impuesto, José Luis “Chanito” Toledo Medina, quien triplicó la deuda municipal para unas supuestas obras que quedaron inconclusas.

Una que no se disciplinó fue Edith Mendoza Pino, en Tulum, quien puso a un tesorero y jefe policiaco de su elección. El enfrentamiento derivó en una huelga manufacturada y su detención, acusada de una presunta malversación de recursos. Ella pasaría 18 meses tras las rejas, mientras que su interino, Martín Cobos, regresaría el poder al cacique local Marciano Dzul y al gobernador, quien lo recompensó al terminar su gestión con la titularidad de la Cojudeq.

Para los gobiernos opositores, las amenazas de ingobernabilidad, retención de recursos u hostigamiento fueron constantes, en especial para Benito Juárez, municipio del que surgieron los últimos dos candidatos del PRD a la gubernatura y que, en la figura de Julián Ricalde, existía la amenaza de que se volviera el tercero.

La trinchera de Cancún

A diferencia de las demás demarcaciones, Cancún contaba con autosuficiencia financiera. El enfrentamiento entre gobierno municipal y estatal en Cancún llegó a extremos bochornosos, como una verdadera “guerra de pintas” en el remozamiento de parques, la detención de trabajadores, una sesión de Cabildo “reventada” y múltiples otros episodios que podrían llenar un libro.

Por circunstancias que todavía están poco claras, Ricalde optó por terminar su gestión, sin pedir licencia para contender otro cargo y en las elecciones municipales de 2013, el PRI recuperó no sólo este municipio, sino todos los de la entidad, y prácticamente la totalidad de las diputaciones locales: el famoso “carro completo” que se suponía había quedado en el pasado de México. También en el gabinete ya se habían dado múltiples ajustes, para contar con figuras, al menos externamente, aseguraban todos ser “borgistas”.

Para el gobernador, parecía ser su momento de mayor triunfo, pero también resultó ser el principio del fin. Los malos manejos de recursos y favoritismos en obra pública, generados desde el inicio de la administración, ahora se volvieron mal endémico. Aunque la prensa, las cámaras empresariales e incluso los partidos opositores estaban controlados, crecía el malestar ciudadano.

Los errores 

En lugar de tener gente que le aconsejara, se rodeó de amigos que se reían de sus maldades”, fue la opinión que dio el entonces diputado local, Jorge Aguilar Osorio, quien renunció al PRD, por estar este comprado y al servicio del gobernador.

Este descontento fue canalizado por una figura que no salió de afuera, sino del interior del PRI, Carlos Joaquín González, quien, aunque tenía cerrada las puertas en el estado, supo colocarse en el equipo de transición de Enrique Peña Nieto y luego como subsecretario técnico de la Secretaría de Turismo.

A diferencia de su predecesor, Borge Angulo no fue capaz de integrar a los “joaquinistas”, sino que se esforzó en excluir, rompiendo el acuerdo existente, no sólo sometiendo a los municipios que le correspondían, sino también a los diputados locales, e incluso a funcionarios o mandos policiacos que identificaban como de su corriente, orillándolos al ostracismo. El hostigamiento se extendió incluso a empresarios que se pensaba podrían apoyar al ex edil playense.

La herencia del poder

Ya cerca de los tiempos electorales, Borge Angulo de forma bastante explícita dejó en claro que él definiría a su sucesor, organizando una pasarela de seis aspirantes, aunque en realidad sólo eran dos, su “delfín” Toledo Medina o Mauricio Góngora, que fue el finalmente elegido, por presión del CEN priista y el PVEM. En todo momento se excluyó a Joaquín González, que así le dejó la ruptura como única opción.

Para su cumpleaños 36, a fines de diciembre de 2015, Borge Angulo organizó una serie de festejos, en cada municipio, en todos acompañados por “Chanito” y las figuras que ya perfilaba para lanzar para cada presidencia, con banda musical, fiesta y comida para cientos de personas. Fueron dos semanas de derroche y suntuosidad, pero también fue la máxima extensión que alcanzó esta “burbuja”, antes de reventar.

Para febrero, Carlos Joaquín renunció a la Sectur y al PRI para abanderar a una coalición de oposición que, además sumó a priistas inconformes, y a la ciudadanía hastiada de la corrupción. “Puertas afuera”, el gobernador continuó su tono triunfalista, pero en su cuarto de campaña ya tenían “focos rojos”, en especial en Chetumal.

La derrota estaba anunciada

“La elección es de pronóstico reservado”, le confió un asesor de campaña, ex secretario de Trabajo, palabras que a la postre resultarían optimistas, pues la derrota fue contundente.

Siguió luego el ahora tristemente célebre “paquete de impunidad”, su intento de heredar funcionarios clave y leyes a modo, que fue frenado por el propio presidente de la República. Medios nacionales y locales, que por años le prodigaban elogios, ahora lo atacaban abiertamente, al aflorar más escándalos de corrupción y surgir las primeras denuncias. Los propios ayuntamientos ahora se negaban a avalar las reformas constitucionales que pedía.

Sombrío, acompañado de un pequeño séquito, todavía declaró “Roberto Borge no es un delincuente” ante la prensa en uno de sus últimas apariciones públicas, en Cancún.

Monumento borgista

El Auditorio del Bienestar, monumento a su sexenio, donde se pretendían celebrar grandes eventos, empezando con un concierto de Juan Gabriel, fue “inaugurado” de forma fantasma, con un partido de futbol amistoso, con algunos niños traídos en autobuses de algunas escuelas cercanas. Después de tomarse la foto oficial, todos se retiraron, dejando el recinto en el abandono.

Después del cambio de mando, se fue a Miami, con su nueva pareja, Gabriela Medrano. Desde allá, salió en entrevista televisiva para aclarar que todavía no había órdenes de aprehensión en su contra. Estas saldrían unos pocos meses después. Para su cumpleaños 37, a diferencia del anterior, la celebración fue privada, pues ya era prófugo.

Su cumpleaños 38 lo pasó tras las rejas, en una cárcel de Panamá. Su “regalo” fue la confirmación de su fecha de extradición, el 4 de enero de 2018, exactamente siete meses después de su detención, cuando intentó escapar a París. Actualmente  está preso en el Cefereso 16, con sede en el estado de Morelos.

 

 

 

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