Una erupción volcánica es uno de los mayores espectáculos naturales que este planeta puede ofrecer, pero que rara vez podemos contemplar en directo. Sin embargo, existe un puñado de volcanes en la Tierra que prolongan la escena expulsando magma a lo largo de décadas. Uno de ellos ha sido el Kilauea: durante 35 años, quien haya tenido ocasión de acercarse a la Isla Grande de Hawái ha podido observar la furia desatada de la naturaleza, con cascadas de lava derramándose al mar.
La erupción finalizó en 2018, pero algunos expertos advierten: una de las consecuencias más insospechadas del cambio climático podría ser aumentar la frecuencia de estos fenómenos eruptivos. De hecho y según un reciente estudio, la traca final del Kilauea pudo venir desencadenada por un periodo previo de lluvias inusualmente torrenciales.
Desde el inicio de la erupción en 1983, el Kilauea estuvo expulsando lava de forma continua, la mayor parte a través de la llamada zona de rift oriental superior, creando un nuevo cono bautizado como Puʻu ʻŌʻō. Durante décadas, las autoridades tuvieron controlados los recorridos de los flujos de lava, hasta tal punto que el Parque Nacional que acoge el volcán podía visitarse sin riesgo en las áreas acotadas. Pero el 3 de mayo de 2018, una nueva fisura se abrió en la zona oriental inferior, lanzando penachos de magma a 60 metros de altura y redirigiendo la corriente incandescente, con efectos devastadores sobre las urbanizaciones del sureste de la isla. Por fin, en septiembre del mismo año, el Kilauea calló, y así ha permanecido hasta hoy, aunque quizá no por mucho tiempo.
Los volcanólogos de la Universidad de Miami (EEUU) Falk Amelung y Jamie Farquharson se preguntaron por la causa de este súbito capricho final del Kilauea, y para ello modelizaron la evolución temporal de las presiones en la estructura del volcán. Es esta congestión de las cámaras internas la que lleva finalmente a la ruptura de la cáscara de roca y a la expulsión del magma a la superficie por las nuevas fisuras abiertas. Sin embargo, y mientras que la progresiva acumulación de presión suele hinchar el terreno de forma visible antes de una erupción, los dos investigadores no encontraron que este hubiera sido el caso durante el año previo al episodio. Así que comenzaron a pensar en explicaciones alternativas.
AUMENTO DE PRESIÓN POR INFILTRACIÓN DE AGUA
Una de ellas era en apariencia improbable: en los meses anteriores a este comportamiento, el archipiélago de Hawái recibió un volumen excepcional de precipitaciones. En el primer trimestre de 2018, sobre el volcán cayeron más de 2,25 metros de lluvia, una cifra muy superior a la media de 0,9 metros en los 19 años anteriores. La infiltración de esta enorme cantidad de agua en el terreno podría haber elevado la presión interna, pensaron los investigadores. “El agua del océano se mantiene a un nivel constante, por lo que no crea ninguna perturbación. Pero la lluvia en tierra sí lo hace”, señala Amelung a OpenMind.
Así, cuando introdujeron el factor de la lluvia en su modelo, descubrieron que esta infiltración aumentó sustancialmente la presión interna entre 1 y 3 kilómetros de profundidad hasta un nivel máximo en casi 50 años, lo que pudo propiciar la ruptura de la roca y la expulsión del magma (según describen los investigadores en su estudio, publicado en Nature). Asimismo, Amelung y Farquharson han comprobado que, con frecuencia, las erupciones anteriores del Kilauea se corresponden con estaciones de lluvias intensas. “Sabíamos que los cambios en el contenido de agua del subsuelo terrestre pueden provocar terremotos y deslizamientos. Ahora sabemos que también pueden provocar erupciones volcánicas”, propone Amelung.
Sin embargo, la correlación entre fuertes lluvias y erupciones volcánicas aún no ha convencido a todos los expertos de que entre ambos fenómenos exista necesariamente un vínculo causal. “No creo que hayan probado suficientemente el caso de Hawái, pero pienso que es importante estudiar y entender este tema”, apunta a OpenMind el geofísico de la Universidad de California en Berkeley (EEUU) Michael Manga, que firma un comentario en Nature al estudio de Farquharson y Amelung.
LA RETIRADA DE LOS GLACIARES
Manga defiende que el cambio en la erupción del Kilauea podría explicarse sin recurrir a la acción de la lluvia: “Antes de los grandes cambios de 2018, los niveles de lava en la cumbre comenzaron a variar y se anticipó que el volcán iba a cambiar en el modo y el lugar de la erupción”. Este fenómeno, dice, tiene un mayor impacto en la presión que la lluvia. De hecho, añade, “los cambios de presión que ellos calculan son equivalentes al peso de 10 centímetros de agua”, un efecto “menor que los cambios causados por las mareas creadas por la luna”. Manga considera también que el efecto de la lluvia es “diminuto” en comparación con otro que el propio geofísico ha investigado: la retirada de los glaciares.
Así, cuando introdujeron el factor de la lluvia en su modelo, descubrieron que esta infiltración aumentó sustancialmente la presión interna entre 1 y 3 kilómetros de profundidad hasta un nivel máximo en casi 50 años, lo que pudo propiciar la ruptura de la roca y la expulsión del magma (según describen los investigadores en su estudio, publicado en Nature). Asimismo, Amelung y Farquharson han comprobado que, con frecuencia, las erupciones anteriores del Kilauea se corresponden con estaciones de lluvias intensas. “Sabíamos que los cambios en el contenido de agua del subsuelo terrestre pueden provocar terremotos y deslizamientos. Ahora sabemos que también pueden provocar erupciones volcánicas”, propone Amelung.
Sin embargo, la correlación entre fuertes lluvias y erupciones volcánicas aún no ha convencido a todos los expertos de que entre ambos fenómenos exista necesariamente un vínculo causal. “No creo que hayan probado suficientemente el caso de Hawái, pero pienso que es importante estudiar y entender este tema”, apunta a OpenMind el geofísico de la Universidad de California en Berkeley (EEUU) Michael Manga, que firma un comentario en Nature al estudio de Farquharson y Amelung.
LA RETIRADA DE LOS GLACIARES
Manga defiende que el cambio en la erupción del Kilauea podría explicarse sin recurrir a la acción de la lluvia: “Antes de los grandes cambios de 2018, los niveles de lava en la cumbre comenzaron a variar y se anticipó que el volcán iba a cambiar en el modo y el lugar de la erupción”. Este fenómeno, dice, tiene un mayor impacto en la presión que la lluvia. De hecho, añade, “los cambios de presión que ellos calculan son equivalentes al peso de 10 centímetros de agua”, un efecto “menor que los cambios causados por las mareas creadas por la luna”. Manga considera también que el efecto de la lluvia es “diminuto” en comparación con otro que el propio geofísico ha investigado: la retirada de los glaciares.
Sin embargo, más contundentes se muestran Farquharson y Amelung. Los episodios de precipitaciones extremas en ciertas regiones también forman parte del cuadro de síntomas del cambio climático. En su estudio, los investigadores advierten: “Los patrones meteorológicos cada vez más extremos asociados al cambio climático antropogénico podrían aumentar el potencial de fenómenos volcánicos provocados por la lluvia en todo el mundo”. Según apunta Amelung, sus datos preliminares han identificado otros volcanes cuyas erupciones se producen con más frecuencia durante las estaciones húmedas que en las secas. “Entendiendo mejor el acoplamiento hidromecánico entre la lluvia y el volcanismo, puede lograrse una alerta temprana de los riesgos volcánicos inducidos por la lluvia”, concluyen los investigadores.
Sé el primero en comentar