La pandemia desencadena apaleamientos brutales, envenenamientos y una hambruna entre los perros:Primero, fueron abatidos a disparos o apaleados atrozmente hasta la muerte en China.
Posteriormente, se incrementaron los abandonos en todo el mundo y ahora, sufren desnutrición en la India o Bangladesh debido a la clausura de mercados populares.
En el Líbano, están siendo envenenados. “La situación se ha vuelto crítica”, dice una voluntaria de un refugio de animales de la ciudad ucraniana de Jersón.
En realidad, la situación era ya lamentable antes de la pandemia, pero ahora lo es mucho más. Y las fotos del albergue no dejan lugar a dudas.
En el patio decenas de perros de miradas perplejas, arrumbados sobre el suelo, uno contra otro, como en la celda de un presidio.
Y aun así, es mejor que la calle porque allí se les quiere y alimenta, pese a la escasez de sus recursos. Hasta seiscientos animales -noventa de ellos, gatos- se han llegado a concentrar durante las últimas semanas en los dos refugios que creó-Angelina Ryabchenko.
La voluntaria -sexagenaria y jubilada- se ocupa del menor de ambos albergues, situado bajo un paso ferroviario. La fundadora de la entidad privada prácticamente vive en el que se halla junto al Dnieper, el río de los cosacos.
“A menudo duerme dentro de su furgoneta tras pasar veinte horas trabajando con los perros”.
Cuidar de los perros en un país donde ni siquiera hay instituciones que se ocupen de los niños o los ancianos no es tarea fácil.
El covid agrava la crisis de la España vacía, viven un confinamiento. Muchos de ellos sufren enfermedades y el refugio carece de las medicinas necesarias, y del dinero preciso para operar a los que necesitan una cirugía.
“Tampoco hay recursos para alimentar apropiadamente a los enfermos o a los que acaban de superar una operación”, se lamenta Ludmila. Ni siquiera disponen de vacunas, lo que explica la alta mortalidad de los cachorro.
Los animales están infestados de ácaros y debilitados por demodicosis y sarna sarcóptica, que se transmiten unos a otros mientras aguardan apretados en los corredores de los refugios.
Y lo peor -el verdadero infierno de los perros- se halla en las calles de la ciudad, de todas las ciudades ucranianas. Antes de la crisis sanitaria, se convenía que en Ucrania existen al menos 50.000 perros callejeros.
Claro que esa cifra es, a juicio de las protectoras, tres o cuatro veces inferior al número real de canes que se agrupan en manadas dentro de los ecosistemas urbanos.
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