CIUDAD DE MÉXICO.- El padre Arsilio les hizo una pregunta a los niños del catecismo. “¿Cómo reconocerían ustedes a Adán en el Cielo?”. Esperaba que le dijeran que aquel que no tuviera ombligo sería Adán. Pepito levantó la mano y sugirió: “Yo les diría a todos los hombres que están ahí: ‘¡Vayan a tiznar a su madre!’. Adán sería el único que no iría”. Dulcilí era ávida lectora de novelas románticas. En ese tono le dijo a Libidiano, maestro en dicacidades lujuriosas: “Lo siento, Libi. Jamás podrás entrar en mi corazón”. Inquirió el lúbrico galán: “¿Entonces dónde podré entrar?”. La bondadosa dama le dio una moneda al pordiosero. “Tenga, buen hombre. Pero no se lo vaya a gastar en la primera cantina”. Preguntó con interés el astroso sujeto: “¿Es mejor la segunda?”. La noche era preciosa. Esplendían la Luna y las estrellas; en el jardín brillaban las luciérnagas y se escuchaba el canto de los grillos. Don Cornamuso se puso sentimental. Pasó el brazo sobre el hombro de su esposa y le preguntó con tierna voz: “¿Me has querido siempre, Facilda?”. Respondió ella: “Claro que sí, mi amor. Siempre te he querido”. Siguió él: “¿Y siempre me has llevado en tu pensamiento?”. Dijo la señora: “Desde luego, mi vida. Siempre estoy pensando en ti”. Volvió a preguntar él: “¿No te has arrepentido de haberte casado conmigo?”. “No, mi cielo -declaró la esposa-. Jamás me he arrepentido de haberme unido a ti”. Preguntó entonces el señor: “Y dime, Facilda: ¿siempre me has sido fiel?”. Dijo ella: “¡Ay, Cornamuso! ¡Qué preguntón te has vuelto!”. Ahora nos estamos enterando de que la reforma energética consistía simple y sencillamente en aumentar el precio de la gasolina. Eso provoca un alza general de precios. Los tristemente célebres gasolinazos perjudican a toda la población, especialmente a los mexicanos más necesitados. Me pregunto: si el petróleo es nuestro ¿por qué la gasolina nos sale tan cara? Antes íbamos de mal en peor; ahora vamos de peor en pésimo. El gobierno no sabe ahorrar, pero sí sabe quitarnos nuestros ahorros. Lo peor de todo es que nuestras aportaciones no sirven para hacer obras que beneficien a la comunidad: son para pagar una profusa burocracia y para mantener una casta política que pesa onerosamente sobre los ciudadanos. Pobre gobierno es el que empobrece a sus gobernados para enriquecerse él. Empédocles Etílez llegó con el doctor Ken Hosanna y se quejó de que le dolía una pierna. Quiso saber el médico: “¿Cuándo le empezó el dolor?”. Respondió el sujeto: “Hace un mes”. Lo examinó el facultativo, y luego dijo con asombro: “¡Qué barbaridad, señor! ¡Trae usted la pierna quebrada! ¿Por qué no había venido antes?”. “No me decidía, doctor -se apenó Empédocles-. Cada vez que voy a ver a un médico me dice que deje de beber”. Uglicia, mujer poco agraciada, les contó a sus sobrinos: “Docenas de hombres aspiraron a mi mano”. “¿Y qué sucedió, tía? -preguntó uno-. ¿Después vieron lo demás?”. Una señora le comentó a otra: “Mi hija tuvo trillizos. He oído decir que eso sucede nada más una de cada 100 mil veces”. “¡Caramba! -se asombró la otra-. ¿Y a qué horas descansaba la pobre?”. El cuento que ahora sigue es al mismo tiempo tierno y pícaro. ¿Cómo se pueden reunir ambas calidades? Leamos. La esposa de Babalucas se sorprendió al ver a su marido completamente en peletier, o sea sin ropa, y con un bote de pintura y un pincel. Le preguntó, intrigada: “¿Qué haces?”. Respondió él: “Mi jefe me invitó a jugar golf en la nieve, y me aconsejó pintar de color mis pelotitas para que no se me vayan a perder”. FIN.
MIRADOR
Todo mundo admiraba a las águilas, y a las gallinas las despreciaban todos.
Ofendidas por esa discriminación las gallinas decidieron desaparecer. Un buen día el mundo amaneció sin gallinas. Se acabaron los deliciosos huevos del almuerzo y no hubo ya pollos para la comida. Seguía habiendo águilas, sí, pero ¿para qué servían las águilas? Nada más como emblema en escudos y banderas.
Pasaron los años. La gente hablaba de las gallinas con nostalgia. ¡Qué hermosas eran! Más nobles que las águilas, y más majestuosas. Los nobles empezaron a poner gallinas en su heráldica, y en lábaros y pendones se pintaban gallinas.
Las águilas andaban mohínas, pues ahora eran objeto de desdén. Se volvieron medrosas y apocadas. Cuando un hombre se acobardaba o sentía temor los otros le decían:
-No seas águila.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“. El marido le disparó un balazo al tipo que estaba con su esposa, y que salió a todo correr.”.
“Por dos veces escuché
la bala -manifestó-.
Una cuando me pasó,
y otra cuando la pasé”.
Armando Fuentes-Agencia Reforma
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