CIUDAD DE MÉXICO.- Don Crésido era inmensamente rico: tenía mucho dinero. Don Crésido era inmensamente pobre: no tenía nietos. Una noche invitó a sus hijas e hijos a cenar, y les pidió que llevaran a sus maridos y mujeres. Cuando estuvieron todos juntos el dineroso señor dijo en la mesa: “Mi esposa y yo estamos muy tristes, pues no tenemos nietos. Todos nuestros amigos son abuelos ya, y nosotros no conocemos esa dicha. He decidido darle un millón de dólares al primero de ustedes que nos regale un nieto o una nietecita. Ahora demos gracias a Dios por nuestros alimentos”. Inclinó la cabeza para decir la oración. Cuando la levantó se vio solo en la mesa con su esposa. Cosa muy difícil es ganar el Campeonato Mundial de Pendejez. Tantos participantes hay en el concurso que se cuentan por miles de millones. Y es que en todos los países hay infinitas legiones de pendejos. Pertenecen a todas las razas; los hay de todas las condiciones sociales; viven en las ciudades y en el campo; se les encuentra en todas las ramas de la actividad humana. Hay pendejos buenos y malos; humildes y soberbios; eruditos e ignorantes; débiles y poderosos. Debido a la superabundancia de pendejos el jurado calificador encargado de discernir el premio se ve en arduos problemas para escoger al ganador. Año con año he optado a la presea, pues tengo sobrados méritos para ganarla, pero nunca he conseguido más que un modesto segundo lugar. Pues bien: en esta ocasión el Campeonato Mundial de Pendejez lo ganó un mexicano. Por primera vez el premio se dio por unanimidad: ninguno de los sinodales pensó que pudiera haber en el mundo otro pendejo que se le pudiera comparar. Por eso, a más del trofeo y diploma que ordinariamente recibe el ganador (y que extravía la misma noche de la premiación, por pendejo) al de este año se le ceñirá una banda de honor; se le impondrá una medalla de tamaño plato; se le colgará al cuello una venera hecha de peltre en forma de letra P mayúscula, y se le erigirá una estatua que no por ser de plastilina entraña menos reconocimiento. Igualmente se le pondrá una corona de cartón forrado con papel crepé en forma de orejas asininas. Ahora bien: ¿quién ganó el Campeonato Mundial de Pendejez? ¡Lo ganó el asesor, funcionario, consejero, amigo o colaborador de Peña Nieto que le dio la idea de invitar a Trump! Muchos errores ha cometido el Presidente, a cuál más grande y nocivo, pero sin duda alguna éste es el mayor y más costoso. Nada hay que pueda justificar un yerro tan mayúsculo, que seguramente le acarreará graves consecuencias, lo mismo que al país. Si Trump es elegido, Peña Nieto no ganará nada. Y si Hillary Clinton obtiene la victoria el presidente mexicano se verá en difícil situación, pues dio al republicano ocasión de lucimiento y lo hizo avanzar en su campaña. ¿Quién metió a Peña Nieto en esa pejiguera? ¿Quién le atrajo la indignación y rabia de todos los mexicanos, tanto los que moramos en territorio nacional como los que viven en Estados Unidos, tan ofendidos y amenazados por el nefasto Trump? Sea quien sea preséntese a recibir su premio, el del Campeonato Mundial de Pendejez. Mientras tanto haga renuncia de su cargo, por. Aquel señor era tan viejo que cuando pedía en el restorán unos huevos tres minutos lo hacían que pagara por adelantado. Un individuo llegó a la cantina llevando consigo una jerga muy grande y una canasta con muchos quesos. Ofreció su mercancía al tabernero. Éste le preguntó: “¿Por qué vende esas cosas tan distintas, quesos y jerga?”. Explicó el sujeto: “Una vez encontré una lámpara y la froté. Se me apareció un genio y me dijo que pidiera dos deseos. Le pedí muchos pesos y una muy grande. El genio no oía bien”. FIN.
MIRADOR
¿Quién es el hombre del retrato?
He preguntado, y nadie me sabe dar razón. Debe haber vivido en los principios del pasado siglo. Su atuendo es de señor de aquella época: terno de casimir; corbata de cinta; botines de charol. Está de pie junto a una mesa en la cual hay varios libros. Sobre ellos posa una mano, en tanto que con la otra sostiene su sombrero junto al pecho.
La mirada de ese hombre no mira a quien lo ve. Sus ojos se pierden en la lejanía. ¿Mira un recuerdo o un olvido? ¿Ve lo que ya pasó o lo que aún no llega?
Muchas veces he tratado de adivinar lo que está viendo el hombre del retrato. Creo haber encontrado la respuesta. La lejanía que mira es mi tiempo. Es mi mundo. No sé quién sea ese hombre, pero seguramente él ya sabía quién iba a ser yo.
Ahora que lo veo advierto que se me parece.
Me está mirando.
Me estoy mirando.
Soy yo.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Al empezar la noche de bodas el novio le preguntó a la novia si era virgen.”.
Ella replicó: “¿Por qué
me preguntas eso?¿Cuándo
te estoy preguntando
si tú eres San José?”.
Armando Fuentes
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