CIUDAD DE MÉXICO.- Debo ser mala. Debo ser muy mala. Si no ¿entonces por qué le hice a este hombre lo que le hice? Él me amaba. Me ama todavía. Más aún: sé que nadie me ha amado como él, y que nunca nadie me amará así, con tanta sinceridad, con tanta entrega, con tanta intensidad. Su amor era, y sigue siendo, como el del hijo por su madre. Quizá mayor: como el de la madre por su hijo. Un amor absoluto, sin fronteras, sin límite o reservas. Un amor incondicional, dispuesto a darlo todo sin demandar nada. Un amor de los que permanecen al paso de los años. ¿Por qué no supe corresponderle a quien me dio ese amor? Amores así sólo se ven en las películas o en los versos que escriben los poetas. Él me hizo unos, por cierto, en los que habla del primer día que me vio. Aprendí ese poema de memoria, no sé por qué. Será porque habla de mí. ¿Quieres que te los recite? Dicen así: “Olorosa a piano y a misal, en una mano llevaba el Solfeo y en la otra mano el chal. Una tarde lluviosa sonriéndose dio un giro veloz de mariposa, y en sus piernas, erguidas blancas rosas descubiertas al vuelo del vestido, dejé mi amor prendido como tímida ofrenda pudorosa. Nunca le hablé, porque pensaba en ella igual que en un arcángel o una estrella, pero en las hojas de mi catecismo escribía con grave misticismo las letras de su nombre. Yo era un niño, y ella era una flor primaveral, con ojos de gacela y con perfumes de piano y de misal”. Ésos son los versos. Para ser de un muchacho que apenas empezaba a escribir no están mal ¿verdad? Lástima que no me guste eso de la poesía, de los libros. Otras cosas hacía él que tampoco me gustaban. Por ejemplo, cada vez que nos veíamos me entregaba una flor. A veces me llevaba una rosa blanca; decía que era yo. Otras veces me daba una rosa roja; decía que era él. Una tarde me llevó dos rosas amarillas. Dijo que así seríamos los dos cuando envejeciéramos juntos. A mí todo eso me parecía cursi. No se lo decía, claro, pero lo pensaba. Además era tan inocente que no quería lastimarlo. Mis amigas me decían que era un magnífico muchacho, que debía sentirme feliz por haber encontrado un novio así. Yo no sabía apreciarlo. Ya te lo dije: no soy buena; nunca lo he sido. Por eso le hice lo que le hice. Sólo una mujer mala pudo pagar así su amor. Recuerdo una canción que cantaban las criadas de mi casa cuando yo era niña. Se me quedaron grabadas sus palabras: “Tu pecho de mujer, nido de hienas”. Así debo tener yo el corazón: de hiena. Y hasta peor, porque la hiena es un animal, y yo soy persona humana. Debí pensar que no estaba bien lo que iba a hacer, y si embargo lo hice. Se lo hice a él, que tanto me quería. ¿Por qué no me detuve? ¿Por qué pagué en esa forma su cariño? La única explicación es ésa: porque soy mala. No, no me digas que no, pues sí lo soy. De otra manera no le habría hecho ese daño tan grande. Porque el mal que le ocasioné, lo sabes bien, no acabó el día que se lo hice. Ha perdurado. Con él le eché a perder la vida. Aquel día me dijo: “Cásate conmigo”. ¡Con qué amor me lo pidió! Al decírmelo estaba temblando, lo recuerdo. Debí haberme compadecido de él. No me compadecí. Fui insensible; no me importó nada la devoción que siempre me mostró. Tampoco me importaron su ternura; su entrega, su abnegación. Pude darle la felicidad y no se la di. Cuando me pidió que me casara con él debí haberle dicho que no. FIN.
MIRADOR
-No tiene tente.
Así dice doña Rosa de don Abundio, su marido.
Cuenta cosas de él, y él se molesta:
-¡Vieja habladora!
Luego don Abundio cuenta cosas de sí mismo, y ella es la que se molesta:
-¡Viejo hablador!
Dice doña Rosa que una vez su marido compró una chiva en 20 pesos. La pagó con billetes de un peso que fue entregando al vendedor:
-Dice uno, dice dos, dice tres, dice cuatro, dice cinco, dice seis, dicesiete, diciocho, dicinueve, veinte. Estamos a mano.
-¡Vieja habladora!
-¿A poco no?
Luego don Abundio cuenta de la vez que él y su compadre Chon apostaron sus respectivas esposas en una partida de conquián. Dice:
-El que perdiera tenía que llevarse a la mujer del otro.
-¡Viejo hablador!
-¿A poco no?
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Una mujer se ha casado cinco veces.”.
Con gran naturalidad
cada vez lo manda a él
solo a la luna de miel.
“Pa’ mí ya no es novedad”.
Armando Fuentes
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