CIUDAD DE MÉXICO.- Don Languidio Pitocáido le anunció a su esposa que se proponía donar sus órganos a la ciencia. Le sugirió ella: “Dona el cerebro y el pizarrín”. “¿Por qué precisamente eso?” -se intrigó don Languidio. Respondió la señora: “Es lo que menos usas”. Un pobre señor tenía un tic que lo hacía guiñar constantemente un ojo. Cierto amigo suyo fue a su casa y se sorprendió al ver que tenía cajas de condones por todos lados: en la sala, en la recámara, en la cocina. “¡Caramba! -se admiró el visitante-. ¡Advierto que tienes una tremenda actividad sexual!”. “Ninguna tengo – respondió pesaroso el infeliz-. Pero frecuentemente me duele la cabeza, y cuando voy a la farmacia y pido una caja de aspirinas el dependiente me guiña también un ojo y me vende otro paquete de condones”. Dos directores de cine se encontraron. Uno de ellos se quejó: “No me ha ido muy bien. Estoy dirigiendo nada más películas porno”. “¿De veras?” -se interesó el otro-. Dime: ¿cómo se dirigen esas películas?”. “Igual que las demás -respondió el primero-. Sólo que en vez de decir: ‘¡Corten!’ gritas: “¡Échenles agua!”. Hubo un tiempo en que los empresarios se avergonzaban de ser eso: empresarios. Sucedía que eran calificados con toda suerte de epítetos que los denigraban: burgueses, parásitos sociales, explotadores del trabajador. Eso era malo, y lo peor era que algunos se lo creían. Se escondían entonces, como si padecieran una enfermedad vergonzosa. Algunos de ellos se declararon “empresarios nacionalistas” a fin de protegerse del hostigamiento oficial. Llegaron incluso a encapucharse para no dar la cara. Esos tiempos, por fortuna, quedaron atrás ya. En todo el mundo, incluso el socialista, se impusieron las ideas de la libre empresa. Nadie en México se atrevería hoy a hablar de “los burgueses capitalistas enemigos de la clase obrera”. Eso sonaría hueco, como el eco de un eco de un eco. En un país libre los empresarios son los que mejor pueden representar la libertad. No se trata de que adopten una posición sistemática de desafío ante el Estado. Se trata, sí, de que constituyan una fuerza que limite sus excesos y señale sus omisiones. Es lo que están haciendo ahora los empresarios mexicanos. Y eso es para celebrarse. Doña Gordoloba, señora más que corpulenta, iba a darse un chapuzón en el mar. Oyó que un niño le proponía a otro: “¿Nos metemos en el mar?”. “Ahora no podemos -dijo el otro-. La señora lo va a usar”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, fue con una fémina al motel. Olvidó cerrar el grifo del lavabo, y el agua empezó a caer en la habitación de abajo. Gritó un airado tipo: “¡Tú, el que estás en el cuarto de arriba! ¡Cierra ese grifo, indejo!”. Replicó Afrodisio: “Cuida tu vocabulario. Estoy con una dama”. Vociferó el otro: “¿Y con quién crees que estoy yo, cabrísimo grandón? ¿Con un pato?”. Bucolina, garrida moza campirana, le dijo su novio Eglogio. “Mis papás han observado que siempre traes la misma ropa. Deberías sorprenderlos poniéndote algo nuevo”. El mocetón fue al pueblo y se compró una camisa nueva, un pantalón nuevo, sombrero y huaraches nuevos, incluso ropa interior nueva. Luego subió en su burro. “Vamos, Jumencio -le dijo a la bestezuela-. Sorprendamos a los papás de Bucolina”. En el camino pasaron por un arroyuelo de frescas y cristalinas aguas. Eglogio bajó del asno; se desvistió; quemó toda la ropa vieja y se dio un buen baño. Cuando regresó a ponerse la ropa nueva se dio cuenta de que alguien se la había robado toda. No se afligió, sin embargo. En cueros subió a lomos del pollino y le dijo: “Vamos, Jumencio. Así los sorprenderemos todavía más”. FIN.
MIRADOR
Por cada lápiz que tenga, el escritor debe tener dos borradores.
Un buen escrito es lo que queda después de borrar bien.
Más que saber escribir es necesario saber borrar. Un mal escritor no es otra cosa que un mal borrador.
De lo que hemos escrito nos arrepentiremos muchas veces; de lo que hemos borrado, nunca
La punta del lápiz es muy dura, el borrador muy suave. El que escribe ha de ser al revés: suave al escribir; duro al borrar.
Hay quienes buscan un maestro que les enseñe a escribir. Mejor sería hallar a uno que les enseñara a borrar.
Deberíamos saber borrar como Dios: con la fuerza del diluvio universal.
Y ahora me perdonan. Voy a buscar un borrador para borrar todo esto.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“. El yerno le hizo una petición a su suegra.”.
“Diríjale una mirada,
por favor, a la cerveza.
Así, con la mirada esa,
la dejará bien helada”.
Armando Fuentes
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