CIUDAD DE MÉXICO.- Dos lindas chicas caminaban por la playa. Una iba completamente en peletier, quiero decir desnuda, corita, nuda, destocada. La otra cubría sólo su intimidad más íntima con un brevísimo trozo de tela. El gendarme de punto las detuvo y las llevó ante el juez. A la que iba completamente en cueros el letrado le impuso una multa de 50 pesos. A la que llevaba el trocito de tela la multó con 500. “¡Oiga! -clamó ésta-. ¿Por qué a mí me multa con 500 pesos, si llevo cubierto aquello, y a mi amiga, que lleva todo al descubierto, le cobra nada más 50?”. Razonó el juzgador: “50 pesos es la multa por faltar a la moral. 500 es lo que debe pagar la persona que oculta un artículo de primera necesidad”. Don Nacario, nuevo rico, asistió a una cena de gala que ofreció doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad. En el curso del ágape comentó la anfitriona: “Las Amigas del Bosque compramos dos góndolas para el lago de Chapultepec”. Acotó don Nacario: “Hubieran comprado una góndola y un góndolo. A lo mejor se habrían reproducido”. La señorita Peripalda, catequista, lo contó al padre Arsilio un lindo sueño que había tenido la noche anterior: “Soñé que en el Cielo había una gran fiesta a la que asistieron todos los santos. Ahí andaba San Pedro; andaba San José; andaba Santa Lucía; andaba San Antonio. Andaba hasta la Madre Teresa”. “¿Santa Teresa? -se azoró el padrecito-. ¡Caramba, no le conocía a la abulense esa afición etílica!”. Todos los mexicanos queremos que Hillary Clinton gane la elección presidencial de Estados Unidos. Todos, menos dos. Uno se llama Enrique Peña Nieto; el otro Luis Videgaray. Pienso que ellos desean in péctore -o sea secretamente- el triunfo de Donald Trump para legitimar la Madre de Todas las Pendejadas, la que cometieron al invitar a ese rabioso enemigo de México, el candidato republicano, a venir acá. El iletrado magnate (hablo de Trump) hizo cera y pabilo de nuestro presidentito, y sigue regañándolo como a crío, y sobajándolo como a subordinado o inferior. Aun así Peña preferiría a Trump en la Casa Blanca -la de allá, quiero decir-, pues será difícil que la señora Clinton lo reciba o venga a nuestro país después de la supina estupidez en que contra todas las reglas de la política y la diplomacia incurrieron él y su adlátere Videgaray. Pasará el duelo motivado por la muerte de Juan Gabriel y seguirán los quebrantos para Peña y su gabinete. Si el presidente sabe lo que le conviene debería pedirle la renuncia a quien lo metió en este fangal. Tal sería la única manera de paliar, siquiera mínimamente, la grave ofensa que Peña y su ministro infirieron a México y a los mexicanos al traer a Trump. Eglogio, mozo campesino, casó con Bucolina, zagala del lugar. Ni siquiera había pasado un mes del desposorio cuando la llevó a devolver a sus papás. “¿Por qué la tráis?” -quiso saber el padre de la joven. Contestó, mohíno, Eglogio: “Porque la encontré indiferente”. “¿Cómo indiferente?” -preguntó el genitor. “Sí -explicó Eglogio-. In-diferente cama”. La esposa del diablo le dijo a su marido: “Me preocupa Luzbelito, viejo. Dice que todas las noches sueña con los angelitos”. Sor Bette, la ecónoma del convento de la Reverberación, llevó a las novicias a comprarles abrigos, pues se acercaba la estación hiemal. Así dijo la reverenda por decir que estaba próximo el invierno. La encargada de la tienda le mostró dos tipos de abrigos. “Éste -le dijo- es de lana común. Cuesta 500 pesos. Este otro es de lana virgen. Cuesta mil”. Sor Bette se volvió a las novicias y les dijo llena de alegría: “¿Lo ven, niñas? ¡La virtud paga!”. FIN.
MIRADOR
Llegó primero una lechera.
Vino en seguida una cigarra.
Se presentó a continuación un pastor mentiroso.
Luego hizo acto de presencia un burro flautista.
Acudió posteriormente un gato al que había que ponerle el cascabel.
Y por último arribaron una mula de alquiler, un perro que bebía en el Nilo, una serpiente que un día entró en casa de un cerrajero y unas ranas que pedían rey.
Cuando ese disímbolo concurso estuvo reunido deliberaron todos acerca de lo que iban a hacer.
Tras mucho discutir acordaron hacer un fabulista.
Tal es el origen de las fábulas.
No es el fabulista el que las hace.
Las criaturas que aparecen en las fábulas son las que hacen al fabulista.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Un hombre tenía cinco esposas.”.
“A veces me las veo negras
-decía con tono doliente-,
pues correspondientemente
tengo también cinco suegras”.
Armando Fuentes
Sé el primero en comentar