De Política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- Al mudito del pueblo le preguntaron su nombre. El muchacho encendió un cerillo y se lo acercó a la parte posterior de su cuerpo. Su mamá tradujo: “Dice que se llama Luciano”. Doña Macalota supo sin lugar a dudas que su calamocano esposo, don Chinguetas, andaba de picos pardos con una mujerzuela. Le reprochó su infame proceder que -sollozó- “hacía traición a la fe que él le había jurado al pie del ara cuando le dio el dulcísimo título de esposa”. Don Chinguetas le pidió comprensión. Dijo: “Son efectos de la juventud”. “¡Tienes 70 años, maldecido! -clamó doña Macalota pasando sin transición del gemiqueo al rebudio-. ¿Cuál juventud?”. “La de ella” -completó el tarambana. La linda chica le dijo a su pareja: “Bailas muy bien, Astero”. “Gracias -respondió él-. Es que tomé un curso de baile”. Continuó ella: “Y pones en tu manera de bailar un sello distintivo”. Explicó Astero: “Es que el curso era por correspondencia”. Rosilita, la pequeña vecina de Pepito, le contó: “A mí me trajo la cigüeña; a mi hermanito lo encontró mi mami entre las hojas de una col, y a mi hermanita la encargó a París”. Pepito le preguntó, intrigado: “¿Qué tus papás no saben follar?”. Mis cuatro lectores saben que me he asignado a mí mismo la modesta misión de orientar a la República. Difícil tarea es ésa, he de decirlo, pues la República se muestra casi siempre reluctante a mis orientaciones, y se niega a atenderlas, tozuda y obstinada como mula manchega. No desespero, sin embargo, por aquello de que no hay peor sordo que el que no quiere ver. Prosigo entonces mi labor, que sería callada de no ser porque al hacerla acostumbro canturrear obras diversas, ya del repertorio clásico, como el lied “Wie bist du, Frühling, gut und treu” (¡Oh, primavera, cuán buena y verdadera eres!”), de Bruckner, ya del cancionero popular, como el precioso chotis “Monterrey”, de Aliber Medrano, cuyo estribillo dice: “En la Plaza Zaragoza / los domingos se pasean / las muchachas más hermosas / de mi lindo Monterrey”. Rara, rarísima vez mis orientaciones son oídas. La República me hace el caso del perro. Soy, yo también, vox clamantis in deserto. De vez en cuando, empero, mis admoniciones reciben atención, y eso me da alientos para perseverar. Tal fue el caso de lo sucedido ayer. Apareció mi columna, en la cual le sugerí a Peña Nieto la conveniencia de pedirle la renuncia a Luis Videgaray por haberlo metido en esa pejiguera que fue la invitación a Trump y su visita. No habían transcurrido muchas horas desde que ese texto mío vio la luz cuando se produjo la renuncia del secretario de Hacienda. Su salida era lo menos que se podía hacer para atenuar un poco los efectos en la opinión pública de esa malhadada acción que en todos los tonos la ciudadanía le ha reprochado al Presidente. La medida será positiva, creo yo. En adelante ningún miembro del Gabinete se atreverá a andar de nalgapronta -perdón por el culteranismo- invadiendo funciones que no le corresponden y arrogándose papeles de artífice del bien de la Patria. En este México de ineptitud y corrupción en el que nunca pasa nada, ahora por fin sucedió algo. Los cazadores discutían cuál es el animal de peor carácter en la naturaleza. Uno dijo que era el monstruo de Gila. Otro opinó que el dragón de Komodo. Un tercero mencionó al búfalo africano. Don Huberto declaró que el animal más hosco del planeta es el Enka Bronado. Describió: “Tiene la cabeza 10 veces más grande que el resto de su cuerpo, tanto que su peso le impide subir sobre la hembra”. Inquirió uno: “¿Cómo celebra entonces el acto natural?”. “No lo puede celebrar -replicó don Huberto-. ¿Por qué creen que se llama como se llama?”. FIN.

 

MIRADOR

El hermano portero estaba de mal humor.

También andaban de mal humor el padre tornero, el padre sacristán y el superior.

Todos en el convento andaban de mal humor, y con el gesto agrio.

San Virila salió al camino. Los hombres y las mujeres que hallaba a su paso estaban también de mal humor, y aun los niños y las niñas. Al buen frailecito le pareció que hasta las avecitas del cielo y las bestezuelas de la tierra andaban de mal humor.

Entonces San Virila hizo un movimiento con su mano, y apareció un arco iris que llenó toda la bóveda del cielo. Pero no era un arco iris como todos, no. Era un arco iris invertido, de modo que parecía una gran sonrisa de colores en la altura.

Todos sonrieron al ver ese arco iris.

-¡Qué alegría! -le dijeron a San Virila.

-Sí -sonrió también él-. Es la alegría de Dios.

¡Hasta mañana!

 

MANGANITAS

“Ya no subirá la gasolina.”.

Acostumbrado estoy ya

a interpretar muy cabales

las noticias oficiales:

es que pronto subirá.

Armando Fuentes

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