CIUDAD DE MÉXICO.- Para decir “México” no necesito decir México. Si digo “padre” y “madre” estoy diciendo “México”. Cuando canto el nombre de mi mujer la canción lleva música de México. Mis hijos y mis nietos se llaman también México, y México se llamarán sus hijos y los hijos de ellos. Deletreo las letras de mi cuna: dicen “México”. Y lo mismo dirán las de mi tumba: “México”. Si vienes estos días a mi casa te llenarás de nuestra tierra. Aquí sus barros y maderas; sus vidrios y sus telas; sus flores y sus ceras. Aquí los cromos de Jesús Helguera: el de los volcanes; el del ranchero que le lleva un rebozo a su ranchera; el de la bendición de los animalitos en la iglesia. Aquí el retrato del Padre Hidalgo, y el de Morelos, y el de doña Josefa, y el de los Niños Héroes en el Castillo de Chapultepec con la bandera. Aquí, hecha con hojas de maíz, la imagen de la Virgen Morena. Y la bandera, hermosa, pura, eterna; nuestra bandera, a la que le recitábamos los lunes en la escuela versos de Amado Nervo o de Juan de Dios Peza. Aquí los papelitos de papel de China con las figuras del charro y de la china. Aquí un árbol de la vida, con Adán y Eva, y, trepados mero arriba, un ángel angelote y otro ángel angelita. Aquí unas espuelas de Amozoc, y una reata de Chavinda, y un sombrero jarano, y un cinturón de pita. Y las cosas de mi solar nativo: el pan de pulque, rico; la cajeta de perón y de membrillo; los dulces de piñón, de nuez y de higo. Y el sarape, el sarape de Saltillo, que coge todos los arco iris que en el mundo han sido y los hace quedarse en sus pliegues, quietecitos. Ahora mira la bandera. Escucha el Himno. Verás que no llega hasta ellos la perversidad de los indignos, ni sus torpezas, claudicaciones y desvíos. Encontrarás a México aun en medio de nuestros extravíos. ¡Cuántas miserias ha mirado al paso de los siglos! Y aquí está, como hecho de granito. Nada nos pide más que nuestro amor, y que pongamos ese amor en nuestros hijos. México es nuestra casa. Otra no tenemos. Fuera de aquí somos extraños, extranjeros. Nunca digamos mal de México. Si renegamos de él no lo mereceremos. No confundamos a la Patria con este o aquel gobierno. Nosotros somos México, con su tierra y su cielo, sus selvas y sus bosques y desiertos, sus mares y montañas, sus pirámides y templos. Cada uno de nosotros es un México: el hombre, la mujer, el niño, el viejo. México en la memoria y en los sueños. Ayer la Patria; la Patria hoy y mañana. En la maestra que enseña; en el obrero que trabaja; en el campesino que siembra; en la calle y la casa. México que llora y México que canta. México, brazos que nos abrazan. Tómalo en tus manos y acércalo a tu entraña: lo sentirás como luz y como llama. Y di su nombre: Patria, como se dice el nombre de la amada. No escuches a quien la ofende o la degrada. A su propia madre injuria el que la agravia. Siente el orgullo de llamarte mexicano o mexicana. Vuelve a tu infancia, y dile versos como en el patio de recreo o en el aula. Oye la voz de México; te dice: “Ésta es tu casa”. Aquí naciste, y aquí descansarás mañana. Aunque estés lejos de México siente el abrazo de tu patria, de esa patria que te recuerda y que te aguarda. Y si estás cerca de tu tierra abrázala. Si gritas: “¡Viva México! que tu voz suene clara, y que su nombre te llegue a lo más hondo, como al árbol la luz del sol y el agua. Esta es tu patria, siéntela. Esta es tu patria, ámala. Esta es tu patria, llórala. Esta es tu patria, cántala. Y cuando digas: “México” haz que esa palabra sea carne de tu carne y corazón de tu alma. México, la limpia tierra mexicana. México de tus padres y tus hijos. México, tu patria. FIN.
MIRADOR
-Señor licenciado -empieza don Abundio.
Cuando don Abundio dice: “Señor licenciado” es que va a decir algo importante.
-Señor licenciado -me dice don Abundio-. Los nogales no deberían llamarse así.
-¿Cómo deberían llamarse?
-Nogalas.
-¿Por qué?
-Porque tienen caprichos de mujer.
Le digo que los hombres somos más caprichosos que las mujeres. Y me contradice:
-No. Los hombres podemos ser caprichudos, pero no somos caprichosos. El caprichudo es terco; el caprichoso es tornadizo. Y el nogal es veleidoso: este año da nueces, el siguiente no. Sí, no; sí, no. Como las mujeres, señor licenciado.
El señor licenciado calla. Conoce bien a don Abundio, y sabe que es muy caprichudo.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Un tipo se dejó crecer el bigote.”.
Con intención más que negra
explicó en tono ligero:
“Me lo dejo porque quiero
parecerme a mi suegra”.
Armando Fuentes Aguirre
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