CIUDAD DE MÉXICO.- Terminó el trance erótico y ella se echó a llorar. “¡No sabía lo que estaba haciendo!” -gimió llena de congoja. “Me extraña que digas eso -replicó él-. Lo hiciste bastante bien”. En la cantina dos solitarios individuos se embriagaban concienzudamente, cada uno en un extremo de la barra. El tabernero, compasivo como todos los de su oficio, le preguntó al primero: “¿Por qué bebe así, amigo?”. Contestó el lacerado: “Mi mujer se fue con otro”. “Y usted, amigo -se volvió hacia el segundo-, ¿por qué se emborracha en esa forma?”. Respondió el tipo: “Yo soy el otro”. El niñito le reclamó a su madre: “¿Por qué amarraste a Famulina?”. Famulina era la joven y linda criadita de la casa. A la señora le sorprendió la acusación. Le dijo al niño: “No hice tal cosa. ¿Por qué piensas que amarré a Famulina?”. Explicó el pequeñín: “Porque oí que le decía a mi papá: ‘Suélteme, señor; suélteme'”. “Are you callin’ me a liar?”. Al tiempo de la pregunta la mano del vaquero se acercaba impaciente a la pistola, igual que se acercaba a la muerte el que llamaba mentiroso a otro. En los westerns, metáfora de la vida americana, ése era el mayor insulto, más grave aún que la mentada de madre en México. La tradición pervive. En los Estados Unidos un asesino serial puede ser perdonado -la sociedad tuvo la culpa, sabe usted-, pero un mentiroso es reducido a la calidad de paria indigno de compartir la vida con sus semejantes. Jorgito Washington, hachita en mano, fundó la norma por la cual se excluye tanto de la sociedad terrena como de la celestial a quien dice una mentira. Sorprende por eso que tantos electores se dispongan a votar por Donald Trump, un redomado mentiroso. Mintió por años al decir que el Presidente Obama no nació en territorio americano, y mintió luego al acusar a Hillary Clinton de haber sido quien difundió esa falsedad. Mintió al asegurar que vio un video en el cual miles de musulmanes en New Jersey celebraban llenos de alegría el éxito del ataque a las Torres Gemelas. Mintió al decir que nunca dio su apoyo a la guerra contra Irak. Miente al decir que el calentamiento global es invención surgida de un complot internacional que busca frenar el desarrollo industrial de los Estados Unidos. Mentira sobre mentira, y sobre ellas una mentira más. Y aun así Trump avanza a tambor batiente en su campaña, y es inminente el riesgo de que llegue a la Casa Blanca. ¿Qué sucede? ¿Han perdido los norteamericanos el sentido de la verdad? ¿No hay ya decencia? ¿Cómo pueden pensar en elegir a un demagogo que no duda en mentir una y otra vez con tal de lograr sus objetivos? ¿Dejó de tener vigencia el principio según el cual “Honesty is the best policy”? Y una pregunta final: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?… No diré que Taisia era ninfómana. Eso sería dar carácter patológico a lo que era sólo un apetito erótico ligeramente exagerado. Lo cierto es que esta joven recién casada le pedía una y otra vez a su marido el cumplimiento de sus deberes conyugales. Había descubierto los goces de himeneo, y tanto le gustaron que a mañana, tarde y noche demandaba la repetición de ese deliquio placentero. A resultas de eso el infeliz Pachito -tal era el nombre del esposo- andaba feble y agotado, sin fuerzas casi para tenerse en pie. Una noche, tras terminar la tercera demostración de amor -de la noche, no del día-, Taisia le dijo a su exangüe galán: “La próxima semana cumpliremos un mes de casados, amorcito. ¿Qué quieres para nuestro aniversario?”. Con una sola palabra respondió Pachito: “Llegar”. FIN.
MIRADOR
Este mes la luna llena fue más luna y llenó más.
Su blancura era tan blanca que casi hacía desaparecer la noche. La luna era un sol hecho mujer.
Cuando hay una luna así en el Potrero los perros se vuelven coyotes y los coyotes se hacen lobos. La canción del instinto llena el campo y se mete a las casas por las rendijas de puertas y ventanas. Las muchachas casaderas se revuelven inquietas en el lecho, y en el suyo los hombres se acercan a su esposa y le preguntan en voz baja: “¿Me amas?”.
Con esta luna la hierba se abre paso por la tierra y sale al aire. Con esta luna el agua subterránea se despierta y fluye por los manantiales. Con esta luna todos los seres vuelven a su ser.
Yo estoy aquí, revestido con el alba de la luna. Tengo llenos de su claror el corazón y el alma. Si esta noche me llegara la muerte, a la luz de esta luna se convertiría en vida.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Un maduro señor se infartó en su noche de bodas”.
Quizás hubo confusión
en este caso tan raro.
Tenía que haber un paro,
pero no de corazón.
Armando Fuentes
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