CIUDAD DE MÉXICO.- Vehementino, robusto mozallón, ardía en deseos de la carne. Se los inspiraba Pomponona, mujer rica en atributos corporales tanto delanteros como pertenecientes a la parte posterior. El encendido joven le pedía una y otra vez a la incitante fémina la dación de sus encantos, pero ella los regateaba, experta, y negaba lo que se le pedía. Una noche Vehementino le dijo con ansiedad a Pomponona: “¡Dame la luz de tu amor!”. “Lo siento -respondió ella-. Por esta noche tendrás que usar lámpara de mano”. (No le entendí). La maestra le preguntó a Pepito: “¿Qué es el píloro?”. Contestó él: “Ignórolo”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, llegó a su casa y escuchó ruidos en la segunda planta. Subió, temerosa, y al entrar en su recámara vio que se movían las sábanas. Salió asustada de la habitación y por el celular llamó a su amiguita Celiberia. Le dijo llena de inquietud: “¡Creo que hay un hombre abajo de mi cama!”. “¡Pues súbelo, pendeja!” -fue la inmediata respuesta de la otra soltera. Los mexicanos vivimos bajo la dominación de una casta política que nos oprime y nos hace objeto de toda suerte de exacciones. Sólo en escasa medida los impuestos que pagamos sirven al bien común, pues se usan primordialmente para mantener a esa copiosísima ralea de políticos; a un número excesivo de partidos; a una profusa burocracia electoral. El dinero de los contribuyentes se emplea de modo indebido y arbitrario en crear una clientela que sirve para fortalecer a quienes la alimentan. En un régimen verdaderamente democrático los recursos del Gobierno son para favorecer a la gente. En nuestro país los recursos de la gente son para favorecer el Gobierno. En ese contexto ha de inscribirse la iniciativa que próximamente se abordará en la Cámara de Diputados, tendiente a imponer gravámenes hasta del 30 por ciento a las herencias y legados. He aquí otro ataque enderezado contra los gobernados para medro de los gobernantes. Es cierto: nadie en ningún país del mundo paga con una sonrisa sus impuestos. Pero al menos su pago no irrita al ciudadano cuando ve que el dinero que entrega regresa a él convertido en obras de beneficio colectivo. En México no sucede así. Aquí el dinero del erario va a dar a los bolsillos de políticos corruptos a quienes favorece la impunidad reinante, o se emplea en el sostenimiento de quienes no hacen política, sino politiquería, y que ven únicamente por su interés particular o partidista. Los mexicanos trabajamos para mantener a esa insaciable casta. De ella forman parte los supuestos representantes populares que en vez de protegernos se dedican a buscar nuevos modos de explotarnos. Y ya no digo más porque estoy muy encaboronado. Rosibel, la linda secretaria de don Algón, le aseguró al insistente vendedor: “De veras, señor, mi jefe no se encuentra en su oficina. Lo que sucede es que esta blusa se me desabotona sola”. El barman le reclamó con enojo al cliente que acababa de llegar: “¡No mire así a esa señora! ¡Es mi esposa!”. Contestó el sujeto: “No la estoy mirando”. “¡Claro que sí! -profirió el cantinero-. ¡Desde que llegó no le ha quitado la vista del trasero!”. “Está usted equivocado, señor mío -dijo muy digno el individuo-. Soy un caballero; la conducta que usted me atribuye me es desconocida”. “¡Y todavía se atreve a negarlo! -ardió en cólera el de la cantina-. ¿Acaso me toma por imbécil? ¡No ha quitado usted los ojos del trasero de mi mujer!”. “Vuelvo a decirle que se equivoca -repitió el tipo-. De ninguna manera estaba viendo el trasero de su esposa. Yo tenía la mirada perdida; me ocupaban profundos pensamientos. Es más: ya no me esté molestando. Sírvame un teculo doble”. FIN.
MIRADOR
Malbéne, controvertido teólogo, acaba de publicar un artículo en la revista Lumen. Ahí expresa ideas que seguramente no habrán de merecer la aprobación de sus colegas. Entre otras cosas dice esto:
“Muy grave daño hizo quien afirmó que la filosofía es la esclava de la teología. Eso es como decir que la realidad está al servicio de la imaginación. Al ponernos por encima de la filosofía nos pusimos por encima de la verdad.”.
Continúa Malbéne:
“Y eso no fue lo más malo. Lo peor es que nos hicimos soberbios. Quienes decimos estar al servicio de Dios nos sentimos, aun inconscientemente, distintos y mejores que el resto de los hombres. Los vemos como a inferiores; los compadecemos por no ser como nosotros; usamos sus temores y sus esperanzas en nuestro beneficio. Deberíamos estar avergonzados: cada día tomamos el nombre de Dios en vano.”.
Son bien conocidos los excesos en que Malbéne incurre con frecuencia. Desde luego sus compañeros teólogos habrán de reprocharle éste.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Hay una máquina para detectar mentiras”.
En forma muy oportuna
un sujeto comentó:
“Eso no me extraña. Yo
estoy casado con una”.
Armando Fuentes
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