CIUDAD DE MÉXICO.- “¿Cuánto cobras?” -le preguntó el tipo a la sexoservidora. “Mil pesos” -contestó ella. Ofreció el sujeto: “Te daré 10 mil, en efectivo y por adelantado. Pero debes saber que soy sádico: necesito golpear a mi pareja para experimentar placer sexual”. Inquirió, temerosa, la mujer: “¿Y me golpearás mucho?”. Repuso el individuo: “Nada más hasta que me devuelvas los 10 mil pesos”. Ulpiano y su novia Pandecta se recibieron de abogados. El mismo día que obtuvieron su título profesional él habló con el papá de la muchacha y le dijo que quería contraer matrimonio con su hija. “Tienen ustedes mi bendición -respondió el padre-, pero creo que antes de casarse deberían practicar por lo menos un año”. “¡Uh, señor! -exclamó orgulloso Ulpiano-. ¡Ya llevamos practicando más de dos!”. El hombre deja de fumar cuando tiene fuerza de voluntad. Deja de beber cuando tiene fuerza de voluntad. Y deja de andar con mujeres cuando tiene la voluntad pero le falta la fuerza. El nieto mayor de don Feblicio se sorprendió al ver que su provecto abuelo estaba leyendo “Los placeres de Nanette”, un libro claramente pornográfico. Le preguntó asombrado: “¿Qué lees, abuelo?”. Contestó el añoso señor: “Un libro de historia”. “¿De historia? -repitió el muchacho-. Abuelo: ese libro trata de sexo”. “Precisamente -replicó don Feblicio-. Para mí el sexo ya es historia”. Con voz serena, pero firme, dijo Nuestro Señor: “El que esté libre de culpa que lance la primera piedra”. De entre la gente salió una piedra que le pegó en la cabeza. El certero proyectil había partido de la mano de María, su divina madre. Se frotó Jesús la dolorida parte y añadió: “Se me olvidó decir que aplican restricciones”. Peña Nieto tiene razón al señalar que en la corrupción participamos todos. Igual idea expresó López Mateos cuando pronunció en círculo de amigos su contundente frase: “Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano, y ay de aquél que rompa esa cadena”. Hagamos un examen de conciencia como el que proponía el buen Padre Ripalda para recibir con provecho el sacramento de la confesión. ¿Nunca he dado una mordida a un agente de tránsito? ¿Nunca he ofrecido dinero para lograr la agilización de un trámite o conseguir un permiso, una licencia o un contrato? ¿Nunca he comprado un artículo pirata? ¿Nunca he pasado subrepticiamente por la aduana alguna mercancía que debía declarar? No dudo que haya mexicanos que jamás han incurrido en cualquiera de esos actos indebidos, pero estoy seguro de que no son muchos. Con claridad lo dice el antiguo proverbio de los italianos: “Vuoi tu aprire qualunque porta? / Chiave d’oro teco porta”. ¿Quieres abrir cualquier puerta? Lleva contigo una llave de oro. Ahora bien: los actos de corrupción cometidos por los particulares en modo alguno justifican la corrupción de los funcionarios. Desde ese punto de vista no procede la cita evangélica hecha por el Presidente. Quienes hacen la ley, lo mismo que los encargados de aplicarla, son los primeros que deben cumplirla. Veamos si nuestra casa está barrida antes de pedirle al vecino que barra la suya. Y ya no digo más, porque en este momento voy a barrer mi casa. Don Cornulio llegó a su domicilio y encontró a su mujer en el lecho conyugal, sin nada de ropa encima y poseída por singular agitación. Le preguntó, suspicaz: “¿Por qué estás así, desnuda?”. Balbuceó ella: “Es que no tengo nada qué ponerme?”. “¿Que no tienes nada que ponerte?” -se enojó don Cornulio. Así diciendo fue al clóset, abrió la puerta, y empezó a preguntar al tiempo que removía los numerosos vestidos de la señora: “¿Y esto? ¿Y esto? ¿Y esto?… ¿Y éste?”. FIN.
MIRADOR
Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
En el lecho del amor doña Elvira le preguntó a Don Juan:
-¿Por qué estás conmigo esta noche?
No respondió el seductor. Al ver que callaba la dama insistió:
-¿Estás conmigo porque me amas?
No contestó Don Juan. Sólo esbozó una sonrisa. Preguntó entonces doña Elvira:
-O ¿estás conmigo porque te doy placer?
Tampoco ahora respondió el sevillano. Volvió de nuevo a sonreír.
A doña Elvira le molestó el silencio del galán. Le exigió con acento perentorio:
-Dime por qué estás conmigo esta noche.
Entonces habló don Juan y dijo:
-Para tener qué recordar cuando esté viejo.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“Hicieron un trasplante de cara”.
Exclamó cierto ancianito
con acento suplicante:
“¿Y cuándo hacen un trasplante
de lo que yo necesito?”.
Armando Fuentes
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