De política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- “¡Mi virginidad! ¡Ay de mi virginidad!”. Así clamó con desgarrado acento la linda Dulcimela después de perderla. Había ido con su novio a un motel de corta estancia o pago por evento, y ahí le hizo dación de la impoluta gala de su doncellez. “¿Qué será en adelante de mi vida? -gimió desesperada-. ¿Cómo podré ir por el mundo con la frente en alto? No soy ya digna de presentarme ante mis padres, de quienes recibí siempre buen ejemplo, y tampoco mereceré ver a los ojos a las madres del Colegio Monseñor Tihamér Toth, que me enseñaron el valor de la pureza. ¡Soy una perdida! Ya no me miraré al espejo, así de grande es la vergüenza que me causa mi impudor. Como dijo el poeta: ‘¡Qué hondo y tremendo cataclismo! ¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia, y qué horrible disgusto de mí mismo!’. De mí misma en este caso”. Pitulfo -así se llamaba el novio de Dulcimela- se conmovió al escuchar los quejos de su amada, y al ver las lágrimas que corrían por sus mejillas róseas. Le dijo con emoción: “No llores más, mi vida. Repararé mi falta casándome contigo. Mañana mismo pediré tu mano”. “¿De veras, Pitulfo? -exclamó Dulcimela, ilusionada-. Ah, entonces vamos a echarnos el otro”. El segundo debate entre Clinton y Trump fue coprológico, escatológico. Tan sonoros y rimbombantes adjetivos se relacionan con los desechos corporales. En efecto, provoca náuseas contemplar el nivel tan bajo a que ha llegado el ejercicio de la política en un país que debería dar ejemplo al mundo y que ahora está mostrando sus características peores. Ante un rufián ignorante y majadero como Trump la señora Clinton debe actuar como una dama; no descender a los pedestres terrenos donde repta su adversario. Esa recomendación se la hago porque deseo que triunfe en la elección, pues he hecho el solemne voto de que si gana Trump no pisaré territorio norteamericano mientras ese patán sea Presidente. Estoy, pues, en el riesgo de ya no disfrutar los modestos placeres de que gozo cuando voy “al otro lado”: comprar un libro en Barnes & Noble; desayunar en Wendy’s; buscar alguna antigüedad en el pequeño mercado del domingo en Port Isabel; encontrar en el Dollar Tree una nueva taza para mi colección. Espero entonces que la señora Clinton se esfuerce en obtener la Presidencia. Sé bien que tiene otros motivos para ganarla además de no privarme de mis humildes goces, pero aun así le pido su mejor empeño para evitar que su país se degrade al elegir a quien ha probado ser no sólo un candidato indigno, sino también un indigno ejemplar de la especie humana. (¡Bófonos!). “Me acuso, padre de ser un lujurioso”. Así le dijo al padre Arsilio el hombre que llegó al confesonario. “A ver, a ver -contestó el buen sacerdote acomodándose bien en el asiento para oír la relación del penitente-. ¿Por qué te acusas de lujuria, pecado grave si los hay?”. “Mire usted, señor cura -respondió el sujeto-. Me considero un buen cristiano. Soy hombre trabajador; ciudadano responsable al corriente en el pago de sus impuestos. Siento un amor tan grande por las criaturas de Nuestro Señor que cuando salgo al campo me pongo unas campanitas en los tobillos para advertir de mi paso a las hormigas y los gusanitos a fin de que se aparten, no sea que yo los pise inadvertidamente. Y sin embargo estoy poseído por la concupiscencia de la carne. En lo que va del mes he arrancado la flor de su virginidad a seis muchachas, y eso que apenas es miércoles 12, Día de la Raza”. Profirió, escandalizado, el padre Arsilio: “¿En menos de dos semanas has desvirgado a seis doncellas? ¡Desgraciado! ¡En otra parte deberías ponerte las campanitas!”. FIN.

MIRADOR

Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.

-¿Qué hacemos? -le preguntó al Señor con inquietud San Pedro-. En la puerta está Don Juan. Pide ser admitido en la morada celestial.

Respondió el Padre, terminante:

-Dile que no puede entrar.

-Señor -se apuró el apóstol de las llaves-: trae espada.

-Llama a San Miguel y que te apoye con la suya. Pero ese hombre no debe estar aquí. Sedujo a muchas infelices

En ese momento una muchedumbre de mujeres se presentó ante el Padre.

-Señor -le dijo doña Elvira, la vocera del grupo-. Permite que Don Juan entre en tu casa. Es bueno; merece estar en el Cielo.

-¿Cómo me piden eso? -se asombró el Padre-. ¡Ustedes, sus víctimas, las mujeres a quienes él sedujo!

-No, Señor -lo corrigió suavemente doña Elvira-. Nosotras lo sedujimos a él.

¡Hasta mañana!

 

MANGANITAS

“En la cama el viejecito le pidió a la viejecita que le permitiera tomarle una mano”.

La apartó ella con presteza

y le dijo a su marido:

“Esta noche no, querido.

Me duele algo la cabeza”.

Armando Fuentes

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