De política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- Facilda le preguntó a su esposo: “¿En qué piensas?”. Sonrió él y contestó: “En la casta, honesta y fiel mujer con la que me casé”. Al oír eso ella se indignó: “¡Nunca me dijiste que ya habías estado casado!”. Doña Panoplia de Altopedo visitó la cárcel. Lo hacía una vez al año como parte de su labor social. Uno de los presos se echó a llorar ante ella. “¡Me echaron 50 años!” -sollozó. “No haga caso, buen hombre -lo consoló Panoplia-. Le aseguro que no representa más de 35”. Al terminar el recital de canto el amigo de Babalucas le preguntó: “¿Qué te pareció el repertorio de la soprano?”. “Muy bueno -opinó el badulaque-. Lástima que nada más se le veía cuando se daba vuelta”. Después del último debate entre Hillary Clinton y Donald Trump solamente los llamados rednecks, patanes de baja estofa, ignorantes, pueden darle su voto al republicano. Dos frases remacharon la casi segura derrota del inmoral magnate. En la primera mostró su verdadera calaña de hombre agresivo, prepotente. No pudo contener su rabia, y en el momento en que estaba hablando Hillary exclamó como pensando en voz alta: “That nasty woman!”. Ese adjetivo, “nasty”, es uno de los más denigrantes que existen en el idioma inglés. Significa grosero, sucio, obsceno. Calificar así a su oponente es prueba de la actitud machista de Trump, de su bajeza e irracionalidad. El violento exabrupto, revelador de su carácter, lo descalifica por sí solo para ocupar el cargo político más importante del mundo, excepción hecha del de alcalde de Saltillo. La otra frase fue aquélla en que se negó a decir que reconocerá el triunfo de su adversaria en caso de perder la elección. “Te lo diré a su tiempo -le respondió al moderador que le pedía un pronunciamiento claro a ese respecto-. Te mantendré en suspenso”. Nunca en la historia política de los Estados Unidos un candidato había puesto en duda la credibilidad del proceso electoral. Su infundada aseveración de que el procedimiento está “contaminado” representa un atentado grave contra la democracia en que se finca la vida pública de la nación vecina. Lo que sucede es que Trump siente ya la inminencia de su vencimiento y, arrogante, no ve la posibilidad de la derrota como resultado de sus errores y torpezas, sino como efecto de una conspiración -“compló” en idioma mexicano- de fuerzas oscuras apoyadas por inmorales medios de comunicación. Recordarán mis cuatro lectores que hice el voto de no pisar territorio norteamericano mientras Trump sea candidato, y de no volver a cruzar la frontera en el remoto caso de que ese barbaján llegue a la Presidencia. He cumplido ese solemne juramento pese a las consecuencias económicas que de él han derivado: en estos meses he debido declinar la invitación a dar varias conferencias en “el otro lado”, con la correspondiente afectación a mis finanzas. Todo me indica, por fortuna, que pronto podré regresar a perorar allá; a comprar libros en Barnes &Noble; a desayunar en Wendy’s; a buscar chucherías en el Dollar Tree y a hacer lindos hallazgos en la pequeña pulga que se pone los domingos en la plazuela de Port Isabel. Se iba a casar Eglogio, el primogénito de don Poseidón, labriego acomodado. El día de las nupcias el viejo le entregó a su hijo un pincel de pelo de camello, varios pomos de pintura al temple y un grueso tomo de la monumental obra “México a través de los siglos”. “¿Pa’ qué es todo eso, ‘apá?” -preguntó intrigado Eglogio. Contestó el genitor: “Hoy en la noche píntese m’hijo los güevos de colores. Si su mujer le pregunta: ‘¿Por qué tienes los güevos de colores?’, eso querrá decir que ya no es inocente. Entonces dele un librazo en la cabeza”. FIN.

MIRADOR

San Virila fue a la aldea a pedir comida para los pobres del convento.

Había necesidad entre la gente. En todo el día le dieron solamente un pan y un pez.

Cuando volvió con sus hermanos el padre prior le dijo, preocupado:

-Hay muchos pobres esperando su alimento, hermano. ¿Por qué no hace usted el milagro de la multiplicación de los panes y los peces?

Respondió el frailecito:

-No puedo. Eso perjudicaría a los panaderos y a los pescadores. Les haría yo una competencia desleal.

Opuso el superior:

-Nuestro Señor hizo ese milagro.

Replicó Virila:

-Y con él afectó gravemente las condiciones del mercado. Los precios se desplomaron; hubo desocupación; vino una crisis… Lo que sucede es que los Evangelios no lo dicen todo.

¡Hasta mañana!

 

MANGANITAS

“Un viejo contrajo matrimonio con mujer muy joven.”.

El caso fue desastrado;

la experiencia infortunada:

ella no sabía nada,

y a él se le había olvidado.

Armando Fuentes

Salir de la versión móvil