A Ortega, de 74 años, no se le ve ni se le oye desde el pasado 12 de marzo cuando participó en una videoconferencia con otros mandatarios centroamericanos para definir estrategias regionales ante el avance del COVID-19.
Más aún, desde el 21 de febrero pasado no participa en acto público alguno. Tampoco su esposa Rosario Murillo, quien, sin embargo, todos los días hace un contacto telefónico con los medios de comunicación afines al gobierno.
Las especulaciones en las redes sociales sobre la suerte de Ortega van desde que está guardando una cuarentena severa en su búnker de El Carmen, o que está muy enfermo, posiblemente en Cuba, e, incluso, que podría estar muerto.
“Las ausencias de Daniel Ortega son bastante clásicas”, dice la exguerrillera Dora María Téllez.
“Él se desaparece, más aún cuando hay circunstancias críticas a las que no quiere responder. Se ausenta en las crisis, sobre todo cuando no tiene buenas noticias que dar, y prefiere que sea Rosario Murillo quien saque la cara, pues prefiere que se queme Murillo a que se queme él”.
Dora Mará Téllez, quien fue miembro de gabinete de Ortega en los años ochenta, considera “muy posible que esté en Cuba, o en Aserradores, Chinandega, un complejo turístico donde se reunía toda la familia y pasaba sus vacaciones. Un aislamiento de esa naturaleza”.
Hasta ahora el gobierno de Daniel Ortega ha actuado en sentido contrario a los protocolos que han seguido el resto de países del mundo para enfrentar el COVID-19.
Nicaragua es el único país de América que mantiene abiertas sus fronteras, los niños siguen yendo a clases, y el gobierno promueve actividades de concurrencia masiva, en lugar del aislamiento social recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
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