La enfermera del Hospital General de Tijuana, Silvia Rosas de 40 años, trabaja en ‘el área negra’ donde se encuentran los pacientes con Covid-19.
Ella narra que al llegar se despoja de su ropa, se lava las manos, se coloca unos guantes quirúrgicos que le llegan al antebrazo y se viste con un overol impermeable blanco.
Se pone lentes protectores de plástico que se adhieren con silicón en sus pómulos, se recoge el cabello en un gorro quirúrgico y encima se ajusta una careta que asemeja una visera con plástico colgante que cubre su rostro y le llega al cuello.
Esta enfermera señala que así comienza su día en ‘la zona contaminada’ revisa las bombas de infusión, bolsas de plástico que van directo a la vena y por donde pasan los medicamentos. Mide la cantidad de oxígeno del paciente, se asegura que esté ventilando bien porque si no.
El paciente comienza a ponerse azul por la falta de oxígeno, batalla para respirar, la verdad es impactante”.
La enfermera auxilia al médico para insertar un tubo en la tráquea del paciente, y aspira las secreciones que expulsan los pacientes.
Me impresiona cómo los pacientes se van deteriorando hasta morir, jóvenes o ancianos, con enfermedades crónicas o sanos. El coronavirus no respeta a nadie”.
Sin embargo, Silvia no se arriesga en exponer la vida de sus cuatro hijos y marido, por lo que acondiciono su camioneta Voyager de 1994 para vivir en ella cuando esta de turno.
Mi esposo me la acondicionó, le quitó asientos, le puso un colchón, metimos lo mínimo indispensable para estar ahí. Cobijas, almohadas, zapatos, ropa de civil”.
Ella decidió no volver a su casa la primer semana de abril, pues teme por su hijo mayor, que va a la universidad; por el de 13 años, por su hija de 9 y por el más pequeño, quien apenas cumplió seis.
Se dice impresionada del desinterés de las personas, al verlos no respetar las medidas de salud, y admite tener miedo por el servicio que cada vez se encuentra más saturado.
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