CIUDAD DE MÉXICO.- Estas palabras son para mis alumnos. Este texto es para mis hijos. Esta columna es para todos aquellos -al norte o al sur de la frontera- que se sienten descorazonados, asustados, desolados. Quienes saben que Trump no es un político “normal” que se moderará, sino un autócrata que se empoderará. Quienes entienden que han presenciado el arribo a la Oficina Oval de un hombre sin trayectoria en la función pública, y con un temperamento mitad vengativo, mitad visceral. Incapaz de controlar sus impulsos en Twitter, incapaz de contener sus arranques, incapaz de sofocar los gritos incendiarios de sus seguidores sobre Hillary Clinton: “Lock her up”. El primer candidato estadounidense que gana a pesar de ser un mentiroso crónico, un depredador sexual, un evasor de impuestos, un racista cuyo triunfo fue celebrado por el Ku Klux Klan, un “negociador” cuya única experiencia internacional es inaugurar hoteles y clubes de golf. Como escribió David Remnick en The New Yorker, no hay otra forma de describirlo: una tragedia.
El árbol genealógico de esta farsa tiene raíces profundas y ramas extensas. Tiene que ver con el abandono del Partido Demócrata de sus bases entre la clase blanca, trabajadora en el “Rust Belt”, desde hace años. Tiene que ver con errores tácticos de la campaña de Hillary Clinton, quien no le dedicó el tiempo o la atención necesaria a Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. Tiene que ver con el hecho de que quizás no fue la candidata adecuada para la coyuntura actual: anti-Establishment, anti-élite, anti-Wall Street, anti-sistema, sexista. La “coalición de la restauración” aterrada por la inmigración, la globalización, la pérdida de empleos locales y valores tradicionales. Los Estados Des-Unidos de América.
Todo eso Trump lo capitalizó. Convirtió a la elección en un referéndum sobre cambio o continuidad, sobre el sentido de identidad. Preguntó: “¿Quiénes somos nosotros como país?” y los blancos le contestaron. Movilizó a la mitad de un país polarizado, para que culpara a la otra mitad de sus problemas, reales o percibidos. El desempleo, la desigualdad, la criminalidad, la multiculturalidad, los “otros”. Como alguien dijo: “White won”. O en palabras de Van Jones, esto fue un “white-lash”. Una resaca de rabia, un estertor de encono, un resultado de la arrogancia liberal que nos llevó a pensar que nadie podía -moral o intelectualmente- votar por Trump. Pero muchos lo hicieron, porque creyeron en la promesa nativista, populista, aislacionista, racista de “Make America Great Again”. Ayudados por Rusia y el director del FBI y medios que no hicieron el trabajo profundo de auscultación crítica que les correspondía.
Ahora Trump gobernará y sin contrapesos, con el Partido Republicano -reinventado a su imagen y semejanza- en control de la Cámara de Representantes y el Senado y el aparato judicial y eventualmente la Suprema Corte. Para desde allí echar a andar las ocurrencias que decía y repetía. Acabar con ocho años de Obama y su legado. Deportar a millones de indocumentados. Tumbar Roe v. Wade y el aborto legal. Romper el tratado nuclear con Irán. Rechazar el acuerdo sobre control climático de París. Repudiar la regulación Dodd-Frank que la crisis financiera justificó. Todo eso y más. Porque no hay razón para creer que el Trump delirante de la campaña se convertirá en el político razonable de la Casa Blanca.
Los únicos que podrían contenerlo son los que permanecen enojados. Los que siguen indignados. Los que no aceptan como “normal” la anormalidad que Trump ha invocado. Los que no deben calmarse, porque como escribió Simon Schama, “aceptar el veredicto de las urnas no entraña la suspensión del disenso”. Para ellos va un mensaje, un llamado a la acción: nos toca defender y darle peso a palabras que lo tienen. La democracia liberal. El debido proceso. El pluralismo. Todo aquello que Trump y sus facsimilares rusos y europeos rechazan. No podemos permitir el regreso de la barbarie, el resurgimiento de la Guerra Fría vía un Putin revigorizado, el fin de la apertura que impulsó la equidad para mujeres y la comunidad LGBT, el exacerbamiento de la desigualdad que Trump explotó de manera hipócrita. Habrá que ser militantemente desobedientes con acciones civiles que articulen la dignidad del ciudadano. De la mujer. Del musulmán. Del latino. Del africanoamericano. Aquí de pie contra el kukluxklanismo resucitado.
Denise Dresser
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