Por debajo de tres dinteles, los antiguos sacerdotes traspasaban el umbral del Templo Mayor de Tlatelolco para celebrar los ritos más sacros. Estos elementos de madera sobrevivieron a la caída de la ciudad ante la invasión española y se mantuvieron ocultos cerca de 500 años, hasta que fueron recuperados en septiembre de 1992; ahora, estas piezas regresan a su casa, en “el lugar de la plataforma”.
La Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), llevó a cabo su reintegración a la Zona Arqueológica de Tlatelolco, donde pueden admirarse en su Centro de Interpretación.
Con la representación del director general del INAH, Diego Prieto Hernández, la coordinadora nacional de Arqueología, Lorenza López Mestas Camberos, comentó que “hablar de Tlatelolco, es hablar de más de 680 años de historia y conocimiento, los cuales se han ido reconstruyendo a partir de crónicas y otras fuentes documentales, así como de los numerosos proyectos de investigación realizados por el INAH en este sitio, en ocho décadas”.
Entre ellos, citó, están los efectuados en 1992. Ese año, en la conmemoración por los cinco siglos del descubrimiento de América, del último bastión mexica que resistió el asedio de los conquistadores españoles y sus aliados indígenas, en 1521, resurgieron invaluables tesoros prehispánicos y del momento de contacto.
Recordó que, a propósito de la edificación de “El Triángulo”, hasta hace algunos años sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se efectuó un salvamento arqueológico entre 1991 y 1993, el cual dio lugar al descubrimiento y recuperación de 98 entierros, 16 estructuras prehispánicas –de las que solo el temazcal se logró trasladar completo a la zona arqueológica– y 1,200 piezas, de las que sobresalieron los tres dinteles en cuestión.
En este sentido, el director de Salvamento Arqueológico del INAH, Salvador Pulido Méndez, indicó que estas intervenciones permiten armar, cual rompecabezas, la conformación de antiguas ciudades y pueblos que yacen bajo nuestros pies. “Todos caminamos las aceras sin imaginar que debajo hay relevantes vestigios arqueológicos. Cada vez que se hace una construcción en el Centro Histórico de la Ciudad de México y zonas periféricas estamos obligados a efectuar este trabajo de investigación, el cual hacemos con dedicación y del cual obtenemos grandes resultados.
En su intervención, la titular de la Zona Arqueológica de Tlatelolco, Edwina Villegas Gómez, explicó que los dinteles carecen de relieves en los cantos y dorso, y presentan evidencias de incrustaciones y pintura, lo cual permite considerar que fueron creados para decorar la parte superior de tres accesos que debió tener una de las dos capillas del Templo Mayor.
Acompañada por el director del Proyecto Arqueológico Tlatelolco, Salvador Guilliem Arroyo, destacó las labores de conservación, bajo la responsabilidad de la restauradora perito del INAH, María Luisa Mainou Cervantes, las cuales dilataron una década. Debido a que los dinteles se encontraron enterrados a seis metros de profundidad, en un ambiente muy húmedo con lodo, hongos y bacterias que los afectaron, para conservarlos tuvieron que “secarse en húmedo”, proceso en que se sustituyó el agua de la madera por un polímero, que permite mantener su volumen y forma.
Sobre su iconografía, las tallas de los tres maderos de pino componen la representación de una procesión de guerreros, quienes flanquean el símbolo del disco solar, en cuyo centro está el símbolo Ollin (movimiento), explicó la arqueóloga a las y los asistentes de la primera Noche de Museos de este año, realizada en el sitio.
Resaltan un par de personajes: uno con atavíos del dios de la lluvia y la fertilidad, Tláloc; y otro con atributos de un tlaloque (anunciador de la lluvia); figuras que sirvieron de inspiración al músico Gonzalo Ceja para crear una pieza con artefactos sonoros de raigambre prehispánica, elaborados en huesos de zapote, astas de venado, conchas marinas y caparazones de tortuga.
Tras su exhibición en la exposición Seis ciudades antiguas de Mesoamérica, presentada en el Museo Nacional de Antropología, en 2011, y después en un museo de sitio, los dinteles de Tlatelolco –que en conjunto pesan 800 kilogramos y cuyo montaje requirió, además de un gato hidráulico y el esfuerzo de una decena de personas—, volvieron a su lugar de origen
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