Niza amaneció este sábado con sus turísticas calles desiertas, lejos del bullicio de la reputada Riviera Francesa, y con sus habitantes resignados a pasar un primer fin de semana confinados para frenar un repunte de casos de covid-19.
El inglés, que vive en la quinta ciudad de Francia desde hace treinta años, se dispone a “jugar mucho a la PlayStation” este fin de semana con sus tres hijos, de entre 15 y 19 años.
Al igual que en los dos confinamientos anteriores (del 17 de marzo al 11 de mayo, y luego del 30 de octubre al 15 de diciembre de 2020), para salir de casa se necesitará un certificado debidamente cumplimentado.
Ante la irrupción de la epidemia en algunas regiones de Francia, se decidió un confinamiento durante el fin de semana, a partir del sábado a las 6 de la mañana, para Niza y los habitantes de la Costa Azul, así como para Dunkerque y sus suburbios, en el otro extremo del país, al norte.
En general, vende la ropa que confecciona en India en tiendas locales o en los mercados de la Costa Azul. Según cuenta, tenía previsto ir a trabajar a un pueblo cercano, Beaulieu sur Mer, pero “el mercado está cerrado”. “Me estoy adaptando, voy a cocinar y a limpiar”, comenta.
Peor que el primer confinamiento
Pese al endurecimiento de las medidas, los comercios de alimentación, incluidos los mercados, pueden permanecer abiertos durante el confinamiento.
En el mercadillo de alimentación del centro de la ciudad, Benjamin Ciamo, de 34 años, ha montado, como cada sábado, su puesto de ostras de la laguna de agua salada de Thau, en el sur.
Tomó la carretera de noche desde Sète, 360 kilómetros más al oeste, la localidad que linda con la laguna. “Estamos aquí por nuestros clientes, para que no les falte de nada. Y si podemos dar una imagen de vida normal, mejor”, explica el ostricultor.
Sin embargo, uno de sus colegas, que cultiva frutas y verduras a las afueras de Niza, lamenta la falta de asistencia. “¡No hay nadie aquí esta mañana. Si esto sigue así, no volveremos el próximo sábado”, afirma, decepcionado.
Sin carnavales
En el corazón de la ciudad, en la plaza Massena, bajo la noria detenida, el comisario de policía Olivier Malaver, responsable de las unidades de la vía pública, hace un balance de los controles en curso.
En la plaza Garibaldi, sin embargo, algunos incondicionales han decidido celebrar el carnaval, una tradición muy arraigada, tanto aquí como en Dunkerque, la otra ciudad confinada.
Sin embargo, la dicha dura poco: un escuadrón de policías no tarda en llegar y multar a la multitud, explicándoles que el acto no estaba autorizado.
Sé el primero en comentar