CIUDAD DE MÉXICO.- Como si vivieran en Buckingham. O en Versalles. O en Topkapi. O en la Alhambra. O en el Castillo de Windsor. Así se comporta nuestro presidente, nuestro nuevo secretario de Relaciones Exteriores, nuestro gabinete, nuestros magistrados, nuestros diputados y senadores.
Los nobles, por cuyas venas corre la sangre azul de una casta divina. Los aristócratas, aparcados en grandiosas residencias, rodeados de servidumbre atenta a cada deseo. Caminando por sus palacetes del privilegio donde nada los toca. Nada los perturba. Nada los inmuta. Lejos de la turba enojada que se manifiesta en las calles, molesta y con razón.
Lejos de la irritación social que descalifican y sin empatía porque son totalmente insensibles. Totalmente mirreyes. Totalmente desconectados de la realidad de millones de mexicanos que miran el 2017 con aprehensión.
Porque mientras la gasolina, el gas y la electricidad aumentan en hasta 20 por ciento, los consejeros del INE exigen iPhones 7 de 20 mil pesos para cada uno. Porque mientras la capacidad de compra disminuye, las prerrogativas para los partidos ascienden.
Porque mientras el valor del peso cae, los bonos navideños en el Congreso crecen. Un trabajador que gana el salario mínimo solo podrá comprar el 33 por ciento de la canasta básica, pero un magistrado que gana más de 200 mil pesos recibirá 15 mil pesos en vales de gasolina.
Un miembro de la clase media tendrá que trabajar más para llenar su tanque, pero los diputados acaban de gastar 6 millones de pesos para adquirir 27 autos nuevos.
Y entretanto, Enrique Peña Nieto juega golf. Luis Videgaray anuncia que llega a la Cancillería para aprender. El PAN, el PRI, el PRD, el Partido Verde y los demás recibirán 4 mil millones de pesos en 2017.
Unos expoliados, otros privilegiados. Unos sacrificados, otros beneficiados. Unos trabajando, otros gastando. 955 mil millones de pesos producto del excedente petrolero entre 2001 y 2012 destinados a prebendas electorales y transferencias presupuestales y prestaciones gubernamentales.
955 mil millones de pesos que nadie sabe a dónde fueron a parar, pero muchos lo suponen. A los gobernadores y las elecciones que compraron. A los líderes sindicales y las fortunas personales que acumularon. A las pensiones y la falta de productividad que taparon.
Años de ineficiencias monopólicas en Pemex, años de subsidios injustificables a la gasolina, años de descontrol del gasto público, años de desperdiciar dinero en lugar de invertirlo. Había que mantener la paz social vía una estrategia clientelar, vendiendo petróleo para comprar votos.
Había que perpetuar los privilegios de los príncipes mexicanos, usando al erario para asegurar prebendas. Casas Blancas y casas en Malinalco y aviones privados y sueldos desbordados y guaruras armados y iPhones garantizados.
Y por eso las explicaciones y los argumentos gubernamentales sobre el “gasolinazo” tienen tan poca eficacia. Tan poca resonancia. José Antonio Meade intenta defender el aumento de recursos para el gobierno, cuando el gobierno gasta mucho y mal.
Enrique Peña Nieto increpa nuestra falta de comprensión, cuando comprendemos demasiado bien. Nos regaña cuando deberíamos regañarlo. Hoy los que saquearon acusan a otros de saqueadores, cuando la clase política gastó en chucherías en vez de refinerías.
Cuando los directivos de Pemex, en lugar de centrarse en la exploración le apostaron a la importación. Cuando la SHCP exportó los excedentes petroleros a los virreyes en los estados, en vez de canalizarlos a hospitales y carreteras y escuelas allí.
El petróleo no es ni ha sido de todos los mexicanos, sino de unos cuantos, que lo han usado para sus cetros y sus coronas. Gobiernos pasados y presentes. Eso es lo que indigna, más allá de los porcentajes de crecimiento y las perspectivas de inflación. La sensación compartida de una injusticia profunda, de un agravio injustificable que va más allá del incremento en el precio de la gasolina.
Mientras afuera, en la calle, donde muchos pasan la noche sin dormir ante la zozobra por lo que viene, en los palacios sigue la fiesta. El despilfarro. Los vales y los celulares y los aguinaldos. La champaña descorchada en los pasillos del Senado y la Cámara de Diputados. Un país donde algunos gozan la abundancia y otros padecen la austeridad; donde algunos son totalmente exprimidos y otros siguen siendo “Totalmente Palacio”.
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