De política y cosas peores

CIUDAD DE MÉXICO.- La señorita Peripalda cometió un error de esos que cambian la vida: subió sola al coro de la iglesia parroquial. Ahí estaba maese Pélez, el organista, quien aprovechó la sacra soledad del templo para incautarse a la incauta catequista. Consumado que fue aquel erótico trance el salaz músico le preguntó en tono nasardo a la señorita Peripalda: “¿Le contarás esto al padre Arsilio?”. “Desde  luego -respondió ella-. Se lo diré en confesión”. “¿Qué le dirás?” -se inquietó el organista. Contestó la catequista: “Le diré que usted se aprovechó de mí dos veces. Claro, si no está muy cansado”. Brindó Capronio: “Por las mujeres a las que amamos; por nuestras esposas”. Bebió de su copa y añadió: “Y porque nunca se conozcan”. Babalucas se enteró de que un amigo suyo había pasado a mejor vida. Trabajaba en una empresa cervecera, y le cayó encima un barril de 200 litros de cerveza oscura. “Qué mala suerte -se condolió el badulaque-. Si ha sido cerveza ligera a lo mejor la libra”. El marido le dijo a su mujer: “Ya no recuerdo la última vez que hicimos el amor”. Replicó ella: “Yo sí la recuerdo. Por eso ya no lo hemos vuelto a hacer”. De tumbo en tumbo el prigobierno sigue cavando su tumba. Terca la CNTE en joder, y terca Gobernación en permitir que joda. Esa culpable lenidad llega a lo absurdo, a lo ilegal, y aun a lo ignominioso, cuando para colmo de males la administración les paga a los facciosos que la joden. Eso indigna no sólo a los empresarios: toda la ciudadanía está irritada por las constantes embestidas de los cenetistas y el permanente recule (o patraseo, para que no se oiga tan feo) del sector oficial. ¿Y así quiere Osorio Chong ser candidato a la Presidencia? Nadie da oídos ya a su gastada cantaleta del diálogo, pues no hay diálogo ahí donde una de las partes está en pie y la otra de rodillas. Pocas veces se ha visto un gobierno tan débil como éste; regañado afuera, y contra la pared adentro. Lo dicho: estamos ligeramente jodidísimos… Una mujer acudió a la consulta del doctor Duerf y le dijo que estaba preocupada por su salud mental. (Por la de ella, aclaro, no por la del célebre analista). El siquiatra le dio un muñequito de chocolate y le pidió que lo comiera. Ella empezó a comerlo por la cabeza. “Es suficiente -la detuvo el médico-. El hecho de que haya empezado usted a comerse el muñequito por la cabeza me hace pensar que es una persona normal. Si hubiera empezado a comerlo por los pies, eso me habría hecho pensar que padece usted un complejo de inferioridad”. Preguntó, traviesa -y curiosa-, la paciente: “¿Y si hubiera empezado a comerme el muñequito por cierta parte?”. Respondió el doctor Duerf: “Eso me habría hecho pensar que no es usted casada”. (No le entendí). Don Chinguetas, atufado, le dijo a su esposa doña Macalota: “Me gustaría saber a dónde se va el dinero que te doy”. Replicó ella más amoscada aún: “Mírate la panza y lo sabrás”. Un señor le comentó a cierto político: “He oído hablar mucho de usted”. “Sí -replicó el hombre-, pero nunca me han probado nada”. Dos compadres, Inepcio e Impericio, intercambiaron confidencias acerca de sus respectivos matrimonios. Ambos se mostraron poco satisfechos de la relación conyugal con sus esposas. Acordaron que sería conveniente un cambio de pareja: esa interesante variación podría evitar que la rutina y el aburrimiento hicieran peligrar su vida de casados. Hablaron con sus mujeres, y las dos estuvieron de acuerdo en poner en práctica la idea. Se llevó a cabo, pues, el experimento; se hizo el intercambio. Ya en la alcoba le preguntó Inepcio a su nueva pareja: “¿Cómo la estarán pasando nuestras esposas, compadre?”. FIN.

 

MIRADOR

No conozco hombre más socarrón que don Abundio, el del Potrero de Ábrego.

Cuando le digo eso me responde:

-¿Y usted cómo ha estado?

Su mujer, doña Rosa, declara que las vergüenzas que su marido la hace pasar son incontables. Yo, por el contrario, pienso que son para contarse.

La semana pasada un forastero llamó a la puerta de su casa, que está a la orilla del camino, y sin saludo previo le preguntó en tono imperativo:

-¿Cuál es el modo más rápido para llegar a Monterrey?

Don Abundio, calmoso, le preguntó a su vez:

-¿Viene usted a pie?

-No -contestó el individuo-. Vengo en coche.

Dijo entonces el viejo:

-Ése es el modo más rápido.

Y así diciendo le dio con la puerta en las narices.

Lo dicho: las incontables socarronerías de don Abundio son para contarse.

¡Hasta mañana!…
MANGANITAS

‘Mi esposo practica el sexo oral’, dijo una señora.”.

En modo particular

explicó su afirmación.

Declaró: “En ese renglón

lo único que hace es hablar”.

Armando Fuentes

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