En 2008, la Tercera Compañía de Infantería No Encuadrada (CINE) del Ejército mexicano tenía un nombre secreto, acorde a la misión que realizaba en las sombras durante el Operativo Conjunto Chihuahua: se le conocía como el “Pelotón de la Muerte”.
Su tarea era secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer a presuntos criminales, como parte de la estrategia de la recién empezada “guerra contra el narco”.
Su sede estaba en Ojinaga, Chihuahua, a 400 kilómetros de Ciudad Juárez, que aquel año sería nombrada la urbe más violenta del mundo.
De sus instalaciones salía todos los días un grupo compacto de soldados cuya instrucción era exterminar civiles, así como robar botines al crimen organizado y guardar una parte de lo hurtado –las armas y las drogas– para “sembrarlo” a detenidos a quienes no habían podido ejecutar.
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“Siempre se nos hizo hincapié en que esto tenía el visto bueno del presidente. Él encabezaba la cadena de mando. Fue una política perversa. A Felipe Calderón no le importó el sacrificio de vidas con tal de conservar el poder. Para mí, ha sido el más nefasto de todos los mandos supremos que yo recuerde”.
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